“No tengas reparo en llevarte a María”
(Mt 1,20)
Hoy celebramos el nacimiento de la Virgen María.
No podemos leer el Evangelio correspondiente a ese
momento de su vida, sencillamente porque no existe.
Es significativo: la mujer que Dios eligió y preparó para
ser la madre de su Hijo no es una princesa, ni siquiera la hija de un personaje
famoso, es una mujer sencilla, desconocida, humilde.
San Jerónimo dice al respecto de este evangelio: «ya
que venía para salvar a los pecadores, descendiendo de pecadores borrara los
pecados de todos».
Las mujeres de la genealogía son una novedad.
Encarnan valores propios del Mesías:
Tamar la justicia.
Rajab la fe.
Rut el servicio a Dios
y Betsabé la lucha por el Reino.
Tanto ellas como María y José estaban a disposición de
Dios.
- Señor, hágase en mi tu voluntad.
- Señor, hágase en mi tu voluntad.
¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, es el nuevo
amanecer que ha anunciado la alegría a todo el mundo, porque de ti nació el sol
de justicia, Cristo, nuestro Dios! (cf. Antífona del Benedictus).
La festividad del nacimiento de María proyecta su luz
sobre nosotros.
María es el primer resplandor que anuncia el final de la
noche y, sobre todo, la cercanía del día.
Su nacimiento nos hace intuir la iniciativa amorosa,
tierna, compasiva, del amor con que Dios se inclina hasta nosotros y nos llama
a una maravillosa alianza con Él que nada ni nadie podrá romper.
María ha sabido ser transparencia de la luz de Dios y ha
reflejado los destellos de esa luz en su casa, la que compartió con José y
Jesús, y también en su pueblo, su nación y en esa casa común a toda la
humanidad que es la creación.
Nos toca decir sí como María y cantar con ella las
«maravillas del Señor», porque lo ha prometido a nuestros padres, Él auxilia a
todos los pueblos y auxilia a cada pueblo.
Dios tiene un proyecto para cada uno.
A primera vista nos parece inalcanzable, pero nos regala
la presencia de María, la que siempre va abriendo camino.
Vive tu fe con María.
No tengas reparo en abrirle la puerta de tu
corazón.
¡Qué hermoso abrirte la puerta, María!
¡Qué alegría cuando mis ojos se encuentran con los
tuyos!
¡Qué gozo
acoger siempre tu regalo: a Jesús!
Aprovechamos esta fiesta del cumpleaños de María para felicitarla:
¡Felicidades, Madre! Felicidades por Ti, por tu nacimiento.
Felicidades, Madre, porque creciste en el oscuro camino de la fe.
Felicidades, Virgen peregrina, porque nos enseñas la ruta de la santidad.
Felicidades, Madre, porque un día, un mes, en un lugar, de unos padres...
naciste como cualquiera de nosotros y sin embargo de Ti nacería el Salvador del mundo.
Felicidades, por estar siempre atenta a la palabra del Señor.
Felicidades porque tu vida fue un Si a la voluntad de Dios.
Felicidades, María, porque eres la Madre de Dios.
Feliz soy yo también por tenerte como madre.
Como tú, María, quiero decir "aquí estoy", ante el proyecto de amor,
que Dios me propone en el hoy de mi vida.
Entro en este proyecto unida a tantos hermanos y hermanas
que, con Cristo, tu hijo, luchan por construir fraternidad,
dignidad para todos, unidad entre pueblos, razas, generaciones…
Como tú María, quiero caminar por calles y plazas, montes y llanos
cantando las maravillas del Señor,
que triunfa en los pobres, sencillos y humildes.
Desde ellos, me pides sencillez, humildad, solidaridad.
Como tú María, quiero profundizar el misterio de Belén,
Palabra hecha carne, Dios entre nosotros, don para el mundo,
compromiso en la causa de una humanidad liberada, según el sueño del Padre.
Como tú, María, quiero gozar con el que goza,
ser sensible ante la necesidad o dolor, pasar por la vida haciendo el bien, sencillamente,
decididamente asociada a todos los grupos que son testimonio solidario.
Como tú María, quiero estar en pie, unida a tu Hijo, en la cruz concreta de mi vida.
En mi caminar, me uno a todos los sufrientes de la humanidad
y a los que se entregan para que "la justicia y la paz se abracen".
Como tú, María, quiero participar del gozo del Resucitado.
Hoy Cristo resucita en todo lo bello, lo noble, lo auténtico.
Que mi vida sea espejo de la liberación que Él ha regalado al mundo.
Como tú, María, quiero orar con mis hermanos y hermanas,
y recibir cada día, en Iglesia, la venida del Espíritu.
Él colma los corazones de sus dones, nos renueva, nos sana.
Él nos envía a anunciar en el mundo,
la Buena Nueva del Evangelio de tu hijo, Jesús.
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