“He venido a llamar a los pecadores”
(Mt 9,13)
Mateo era un pecador, un excluido, pero con el deseo vivo
de la salvación.
Jesús le rompió
todos los esquemas.
Se
interesó por él.
Jesús lo llama y le cambia la esclavitud del
dinero por la libertad del seguimiento.
Le abre las puertas de la comunidad,
porque el amor rompe las fronteras entre buenos y malos.
Mira cómo actúa Jesús:
el misterio del pecado lo ve siempre a la luz del misterio del amor.
Restáurame, Señor Jesús, en el amor.
Que tu perdón y
tu bondad dejen en mí la paz.
El
Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho:
Sígueme.
Y nosotros, convocados
por Él, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino
transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va
configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y
alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús.
Y Él nos
sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el extremo
de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos quiere
totalmente renovados para poder presentarnos, justos y santos, ante su Padre
Dios.
Dejémonos
amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Amados
por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo,
que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios.
Sigamos
trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz.
No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros.
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