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El éxito no siempre es buen consejero.



"Al Hijo del hombre lo van a entregar" 
(Lc 9,44)

La sabiduría antigua dice: «la admiración humana es como el sol, se esconde detrás de la nube cuando queremos calentarnos con sus rayos».
Jesús se metió en situaciones que él sabía le iban a abocar a la cruz.
Jesús sabe que la admiración de las multitudes es momentánea. 
Los mismos que le aclaman testificarán contra él.
Le sostenía la relación con el Padre. 
De la experiencia de su amor sale la verdadera profecía. 
Amó la vida y supo para qué vivía. 
Se metió en los problemas del ser humano y del planeta.
En el fondo los apóstoles también lo saben y prefieren no tocar el tema. 
Mientras, los discípulos discutían para ver quién era el más importante.

El cristiano debe tener claro que el éxito no siempre es buen consejero.

- Señor, aleja de mí el temor.

Me descalzo ante ti, mi Señor, porque el terreno que piso es santo. 

Señor, dame la valentía
de arriesgar la vida por ti,
el gozo desbordante
de gastarme en tu servicio.

Dame, Señor, alas para volar

y pies para caminar
al paso de los hombres.

Entrega, Señor, entrega

para “dar la vida”
desde la vida,
la de cada día.

Infúndenos, Señor,

el deseo de darnos y entregarnos,
de dejar la vida
en el servicio a los débiles.

Señor, haznos constructores de tu vida,

propagadores de tu reino,
ayúdanos a poner la tienda en medio de los hombres
para llevarles el tesoro
de tu amor que salva.

Haznos, Señor, dóciles a tu Espíritu

para ser conducidos
a dar la vida desde la cruz,
desde la vida que brota
cuando el grano muere en el surco.

Hoy celebramos a San Jerónimo 
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía: 
"Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?". 
Él respondió: 
"Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca". 
El Niño Jesús añadió: 
"¿Y ya no me regalas nada más?". 
Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los pobres. 
Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? 
Si quisieras, te daría mi cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por Ti". 
El Divino Niño le dijo: 
"Jerónimo: regálame tus pecados para perdonártelos". 
El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!". 
Y se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas cometidas. 

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