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Limpiando el templo





“Mi casa es casa de oración” 
(Lc 19,46).  

Jesús no sólo es el hombre dulce y tierno que nos habla de cosas preciosas.
Es también el profeta valiente que denuncia la falsedad, que reacciona ante el abuso, que se enfrenta a los poderosos...
Jesús hace del templo el lugar de su enseñanza.
Habla abiertamente de la voluntad del Padre y del auténtico culto.
En nuestra vida se han de combinar dos dimensiones de la vida de Jesús y de los profetas: plantar el amor y arrancar el pecado, el anuncio de la solidaridad y la denuncia del egoísmo, consolar corazones desgarrados y remover conciencias conformistas... En mi vida ¿qué tendría que potenciar a este respecto?
Acoge la Palabra de Jesús.
Ora al Padre en espíritu y en verdad allí donde te encuentres, a lo largo de tu jornada de trabajo. 
Que tu Reino, Señor se haga presente en mi vida de cada día.
Purifica mi corazón, y haz de mi vida un lugar donde el hermano se encuentre contigo. 
Señor Jesús: que acogiendo tu palabra y acogiéndote a ti, aprendamos a encontramos con Dios y a servir a los hermanos.

Intentaban quitarlo de en medio.
El mensaje de Jesús les resultaba peligroso.
Y para colmo, se atreve a echar a los vendedores del templo.
Les parece intolerable.
También nosotros tratamos de quitarnos de en medio a quien nos resulta molesto, al que nos recuerda la verdad, tantas veces molesta...

Jesús no era un maestro más.
Sabía de qué hablaba.
Hacía lo que decía.
Era coherente hasta el extremo.
No era hombre de medias tintas.
Conocía los problemas de la gente.
Por eso y por muchas cosas más, lo escuchaban con gusto.
Nosotros no somos "el Mesías", no somos el Hijo de Dios.
Pero estamos hemos recibido el mismo Espíritu de Jesús y estamos llamados a ser anunciadores del Evangelio.
Si intentamos seguir a Jesús con autenticidad, aunque estemos envueltos por mil pobrezas, mucha gente estará pendiente de nuestros labios... y de nuestra vida.

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