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¿A quién servimos, nosotros?





“Dios os conoce por dentro” 
(16,15).

La afirmación del evangelio es clara:
«No podéis servir a Dios y al dinero». ¿A quién servimos, nosotros?
Ser fieles en la riqueza injusta significa usarla sin egoísmo, buscando el bien común.
Los fariseos se burlaban de Jesús, que era realmente pobre de bienes materiales.
Una comunidad cristiana que caiga en el amor al dinero corre el peligro de perder rápidamente su credibilidad y capacidad de evangelizar.

- Señor Jesús, tú que viviste compartiendo generosamente tu riqueza personal, ayúdanos a vivir en esta alegría del compartir fraterno.

Jesús nos describe al hombre religioso como el que es de fiar en lo poco, desprendido de lo material y humilde.
Porque no se puede servir a Dios y al dinero.
Opta por Dios, por la libertad.
No le entregues al Señor un corazón compartido.

Yo sé, Señor que tú me conoces por dentro. Ayúdame a ser coherente.
Quiero elegirte a Ti. 





Hoy celebramos la festividad de Santa Ángela de la Cruz.

Santa Angela de la Cruz nació en Sevilla el año 1846, de familia numerosa y pobre, trabajadora y piadosa. Desde muy joven trabajó en un taller de zapatería, a la vez que se entregaba al servicio de los más pobres y marginados.
Bajo la guía de un experto confesor, el P. Torres, intentó hacerse religiosa, hasta que comprendió que el Señor la llamaba a fundar una congregación, la Compañía de Hermanas de la Cruz, que, viviendo en gran austeridad, atendían a enfermos y menesterosos.
A pesar de no tener estudios, dejó escritos de gran profundidad.
Su vida y espiritualidad tienen rasgos franciscanos muy marcados.
Murió el 2 de marzo de 1932 en Sevilla.
Juan Pablo II la beatificó el 5 de noviembre de 1982 y la canonizó en 2003

Dios de toda bondad, que iluminaste a Santa Ángela, virgen, con la sabiduría de la cruz, para que reconociese a tu Hijo Jesucristo en los pobres y enfermos abandonados, y los sirviese como humilde esclava, concédenos la gracia que te pedimos por su intercesión.

Así también, inspira en nosotros el deseo de seguir su ejemplo, abrazando cada día nuestra propia cruz, en unión con Cristo crucificado y sirviendo a nuestros hermanos con amor.
Te lo pedimos por el mismo Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.

Amén.

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