Jesús promete el regalo del Espíritu Santo, y nos advierte de un hecho crucial: a la fe no se llega por razonamientos intelectuales, ni por demostraciones empíricas. Basta con desplegar las velas del corazón para sentir el impulso del Espíritu Santo: él nos lo enseña todo. En esta Babel en que vivimos sin entendernos, hablamos sin escucharnos y criticamos sin conocernos, sigue siendo necesario.
Entonces, en Babel
perseguimos quimeras
jugando a ser dioses.
Escondimos la jugada
desconfiando del vecino.
La palabra se hizo bala,
La intención, enigma.
Cultivamos rivalidades.
Alimentamos agravios.
La incomunicación
se disfrazó de tertulia.
Rodeamos el vacío
de apariencias.
Se amaba poco y mal.
Y así levantamos
muros invisibles.
Parecíamos próximos,
pero habitábamos
universos solitarios.
Hoy, en Pentecostés
buscamos la verdad,
dejamos a Dios ser Dios.
Mostramos nuestras cartas
confiando en el hermano.
La palabra es puente.
La esperanza se comparte.
Cultivamos amistades.
Alimentamos el aprecio
en todas las lenguas del mundo.
Se forjan encuentros.
Despojamos
de apariencias
el silencio.
De distinto modo, todos aman.
Y así crece el Reino.
Nos hacemos prójimos
cada cual a su manera.
El viaje ha sido largo,
y a veces miramos atrás,
desandando algunos pasos.
Pero no hay regreso.
@jmolaizola
El Espíritu Santo es el motor de la vida de la Iglesia. El soplo que Jesús Resucitado nos regala para perdonar pecados. El manantial de dones que necesitamos para vivir una vida acorde con la gracia de Dios. ¡Ven, Espíritu Santo!
Invoquemos el Espíritu de amor y de paz, para que abra las fronteras, abata los muros, disuelva el odio y nos ayude a vivir como hijos del único Padre que está en el cielo. Que el viento vigoroso del Espíritu venga sobre nosotros y dentro de nosotros, abra las fronteras del corazón, nos dé la gracia del encuentro con Dios, amplíe los horizontes del amor y sostenga nuestros esfuerzos para la construcción de un mundo donde reine la paz. Supliquemos al Espíritu Santo el don de la paz. Ante todo, la paz en los corazones: sólo un corazón pacífico puede difundir la paz en la familia, en la sociedad, en las relaciones internacionales. Que el Espíritu de Cristo resucitado abra caminos de reconciliación dondequiera que haya guerra; ilumine a los gobernantes y les dé el valor de realizar gestos de distensión y diálogo. (Leon XIV)
Nos acercamos al cenáculo, acompañados por María en una actitud discipular. ¿Cómo estaba la comunidad reunida con nuestra Madre? Con un corazón hambriento, necesitado, pobre. Su respuesta, no está a la altura. Tras la pasión, la respuesta de los discípulos fue de huida, de fragmentación, presos del miedo, cada uno de ellos buscó salvarse, pensando en su propio interés. Justo lo contrario de lo que Jesús les enseñó. Ellos por miedo dejaron la comunidad de Jerusalén, unos, camino de Emaús, otros volvieron a Galilea a pescar, y todos cerraron bien las puertas de la casa y de su corazón por miedo a los judíos. La respuesta de Dios a nuestra fragilidad es el don del Espíritu Santo. Es lo más grande que podemos recibir.
Tenemos una misión. El Espíritu Santo nos empuja, acompaña, nos hace salir de lo escondido y rompe los miedos y nos saca del miedo para proclamar en un lenguaje que todos entienden, el amor y con nuestra vida que Cristo vive, que Dios nos ama, que está presente, que necesita a todos para construir el reino, que murió y resucitó por nosotros. Enviados por Dios, empujados por el Espíritu, para dar testimonio del Hijo, Jesucristo, muerto y resucitado por nosotros.
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