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Testimonio

 


"Y mientras los bendecía, se separó de ellos, 
y fue llevado hacia el cielo."
 (Lc 24,46-53).

Ese es el destino final de todo lo que vivimos: espacio de Cielo. Y no solo en el futuro, sino hoy. Para entrar en el cielo no es preciso morir. Sólo acoger al Espíritu Santo que se nos regala y que se traduce en amar con todo nuestro ser lo que somos y vivimos. Los discípulos le preguntan a Jesús si es ahora, si es hoy, el día en que se manifestará su reino. La respuesta de Jesús es afirmativa: claro que es hoy. No hay pasado, ni futuro. Hay la invitación de Dios a amar la realidad y las personas, las circunstancias que forman parte de ella.

Cristo sube al cielo, no para alejarse, sino para prepararnos un lugar. No se va para dejarnos solos, sino para mostrarnos el camino. Va al Cielo, pero también camina con nosotros. Mirarle ir, es saber a dónde debemos llegar: nuestra meta, la eternidad!


"Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo."
El último gesto del Señor, antes de desaparecer de su vista, fue levantar sus manos para bendecirles. Bendecir es desear lo mejor desde lo más profundo del alma. Bendecir, entre tantas maldiciones, es lo propio de los seguidores de Jesús. Bendecir es poner todo en manos de Dios.

En el tiempo que transcurre desde la resurrección hasta el momento de la Ascensión han tenido una experiencia de encuentro, transformadora, irrepetible con Él. Verle irse comienza un tiempo nuevo, el tiempo del testimonio, el tiempo del anuncio. Lo viven con alegría. Se vuelve a sus casas, a su ciudad con alegría. La alegría formará parte del testimonio, de la misión. La alegría la da estar y ser con Él


El testimonio de aquellos primeros discípulos nos ha llegado por la fe y nos ha hecho anunciadores de la Buena Nueva, no solo con las palabras sino con la vida. Creíbles por la coherencia y la búsqueda del bien para quienes caminan a nuestro lado.

 

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Curiosa forma de quedarte, Señor,
sin imponer tu presencia,
sin apagar la sed,
sin convertir la fe en evidencia.
Y curiosa forma de irte
sin atarnos a la ausencia,
sin dejarnos solos,
sin forjar tristezas.

Y así, de ese modo,
ausencia y presencia
siembran en nosotros
hambre de respuestas.

Y eres espíritu,
aliento, fuerza.
Eres la palabra
que a veces aquieta
y a veces golpea.
Eres el silencio
poblado de historias,
eres la justicia
que llama a la puerta,
eres un profeta
pidiendo justicia,
eres el soldado
sin arma ni guerra.

Por eso te fuiste,
y así te nos quedas.


(José María R. Olaizola, SJ)


 

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