Jesús nos enseña nuestra identidad y misión como discípulos con dos imágenes: la sal y la luz. Pequeñas cosas que transforman y cambian todo lo que les rodea. La sal con un poco transforma el sabor, da valor, conserva los alimentos a los que se relaciona. La luz con muy poco llena un espacio, quita el miedo, da mil posibilidades. Ser luz y ser sal para que todo a nuestro alrededor sea diferente, relacionado con Aquel que da sentido y sabor, con el que es la Luz del mundo.
Ser luz que ilumina y no deslumbra.
Ser signos y no destellos.
Ser llamadas y no invasiones.
Ser en la moderación, discreción y prudencia.
Ser en radicalidad, convencimiento y riesgo.
Ser en la medida que todo signifique y lleve al Reino
Si no vivimos el Evangelio con autenticidad, perdemos nuestra misión. ¿Mi vida da «sabor» y refleja la luz de Cristo? Jesús nos llama a transformar el mundo, no con poder, sino con el amor y la verdad.
Nos quejamos tantas veces de la oscuridad... pero la queja no resuelve nada. La solución nos la señaló Jesús: "Vosotros sois la luz del mundo". Ahí está la clave. No basta con esperar el amanecer. Hay que ser luz en la oscuridad; cuantos más seamos más se disiparan las tinieblas.
«Brille así vuestra luz ante los hombres» El mundo no quiere luz, prefiere la oscuridad para esconder las inmundicias del mundo, nuestra luz es el reflejo de la vida que vivimos, denunciando y anunciando, con el gozo de saber que no caminamos solos y brillamos con una vida plena.
Damos aquello que tenemos y somos. Si estamos llenos de luz, de claridad, de esperanza, todo lo que vivimos estará lleno de luminosidad. Si por el contrario nos habita el miedo, la duda, la escasez, lo que compartimos será exigencia y el interés. Jesús nos ve como a Él mismo, luz de las naciones, amor creativo, alegría contagiosa. Brille así nuestra vida ante los demás, no para deslumbrar, sino para iluminar tantas situaciones y tantas vidas que se ahogan en la falta de vida.
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