¡Líbranos, Señor!
“Pasáis por alto el derecho
y el amor de Dios”
(Lc 11,
42).
El Evangelio humaniza y libera.
Lo descubrimos al
aceptarlo desde la humildad y la confianza en el Dios de Jesús.
La paz, la felicidad, no se encuentran por caminos de
prestigio y poder, sino en el abajamiento, la desnudez y sinceridad ante quien
nos ha amado hasta el extremo.
Con qué facilidad caemos en la tentación de juzgar y a
menudo con dureza de corazón.
Olvidamos que Jesús ha venido a salvar, no a
condenar, a liberar, no a imponer cargas pesadas. Contamos con el tesoro de su
bondad, tolerancia y paciencia.
De la tentación de encerrar el cristianismo en una
ideología, o de manipular la religión para satisfacer caprichos personales o
deseos mundanos, ¡líbranos, Señor!
El derecho y el amor a Dios en el centro de la vida,
centran toda nuestra existencia, y la libran de la hipocresía, de la
maledicencia y de la mentira.
En medio de
un mundo,
donde la
gente tiene hambre y sed…
Adoremos a
Dios
que
alimenta a quienes tienen hambre.
En medio de
un mundo,
donde la
gente sufre abuso y es oprimida…
Adoremos a
Dios
que nos
llama a la compasión y la justicia.
En medio de
un mundo,
plagado de
guerras y rumores de guerras…
Adoremos a
Dios
que quiere
nada menos que la paz para el mundo.
En medio de
un mundo,
con vacío
espiritual…
Adoremos a
Dios
que le da
sentido a la vida.
Adoremos a
Dios
cuya
gracia y cuyo amor no tienen fin.
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