La novedad
El evangelio vivo de Jesús no es un asunto de remiendos ni parches, sino de conversión profunda y radical. No afecta solamente lo externo, sino que hace de la persona un ser nuevo.
La novedad de Dios no cabe en las viejas estructuras herméticas que nos fabricamos los humanos. Tendemos a atrapar y a definirlo todo. En nuestro deseo de control encasillamos hasta a Dios, su amor y su vida nueva. Pero el Espíritu de Dios es más grande que nuestros límites y no sabemos de dónde viene ni a donde va. El vino nuevo se celebra, se comparte, se brinda, se disfruta.
Vivamos el gozo del Evangelio, que nos rejuvenece el alma. En libertad total, digamos: ¡SÍ! a la novedad del Evangelio de siempre.
Jesús no vino recordarnos la ley,
vino a “anunciarnos la novedad de Dios”.
Vino a “anunciarnos el amor de Dios”.
Vino a “anunciarnos la fiesta de Dios”.
Vino a “anunciarnos la alegría de Dios”.
Vino a “convertir el agua de nuestro ayuno
en el vino nuevo de la boda”.
Vino a “anunciarnos boda no velorios”.
Vino a “anunciarnos fiesta, no aburrimiento”.
Vino a decirnos que “prefiere misericordia a los sacrificios”.
Vino a decirnos que “prefiere el amor al castigo”.
La alegría cristiana es «la respiración del cristiano».
«Un cristiano que no es alegre en el corazón
no es un buen cristiano».
Y no olvidemos “estamos en tiempos nuevos, tiempos de fiesta”.
Dios “quiere ser nuestra fiesta”.
Dios “nos quiere alegres”.
No rechaza “nuestros ayunos”, pero “prefiere vernos con cara
y corazón de fiesta en el amor”.
Cada día se nos ofrece una nueva oportunidad, una nueva etapa. Hoy estamos ante la gran invitación de renacer de nuevo, dejarnos guiar por el Espíritu Santo. Tú, Señor, siempre eres nuevo. Haz que mi vida también sea nueva.
Señor Jesús, te pedimos que, por intercesión de María tu madre, sepamos ser testigos de tu evangelio, que es novedad para el mundo. Que nuestros corazones sean estos odres nuevos donde tu vida rebose en frutos de amor, de alegría y de paz. Amén.
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