Atentos

 


«Maestro, 
¿qué tengo que hacer 
para heredar la vida eterna?».
(Lc 10,25-37)

 

El buen samaritano es un relato eterno porque hay algo de nosotros en todos sus protagonistas: el agresor, el herido, el que pasa y el que ayuda.

La fraternidad cristiana encuentra su emblema en el Buen Samaritano. Es una fraternidad que no conoce ya las distinciones de barreras raciales, culturales, políticas o religiosas. La tradición cristiana ha visto en el Buen Samaritano una representación simbólica de Cristo.

Ese es el verdadero prójimo: el que se para, se aproxima y practica la misericordia con él. Por este motivo, el cristianismo no se queda en la teoría, sino que se mueve en terreno concreto de la praxis: o baja a obras concretas de sanación o no es verdadero cristianismo.

¿Cómo ser prójimo? El que no es indiferente a lo que le sucede al hermano. El que le acompaña, cuida y le cura. El que cambia su 'viaje' para ayudarle. El que es capaz de dar más de lo que puede, es la vida lo que el samaritano da al encontrarse con el herido.

Queremos vivir atentos a los caídos en el camino. Pero recuerda, también cada uno de nosotros es el hombre herido y Jesús, el samaritano que se acerca y nos cura.

 

Él es el verdadero médico que cura en el hospital de campaña que es la Iglesia. He recordado también: Amó mucho porque se le perdonó mucho. Él nos cura con aceite y vino (es decir, los sacramentos), destrozados a la posada que es la Iglesia.

Al atardecer de la vida, nos examinarán: "¿cómo vivimos la misericordia?". Por tanta misericordia como recibimos de la Providencia, nos debería resultar fácil aprobar el examen.


El prójimo

El prójimo no es algo que ya existe.
Prójimo es algo que uno se hace.
Prójimo no es el que ya tiene conmigo
relaciones de sangre, de raza, de negocios, de afinidad...
Prójimo me hago yo
cuando ante un ser humano,
incluso ante el extranjero o el enemigo,
decido dar un paso
que me acerque,
que me aproxime a él.


(cardenal Martini)


 

 

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