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"Defensor"



"Os conviene que yo me vaya… 
Si me voy os lo enviaré [el Defensor]" 
(Jn 16,5-11)

Hay cosas que no comprendemos cuando las estamos viviendo.
Sólo con el paso del tiempo se desvelan.
Cuando estamos muy afectados por situaciones, no vemos con claridad. 
Tomar distancia, mirar desde una nueva perspectiva, nos ayuda a entender, encajar y retomar el hilo de la vida.

"Os conviene que yo me vaya..."

La despedida deja a los discípulos una sensación desoladora, sin embargo, conviene decir adiós a la forma de vida acostumbrada al maestro, solo desde ahí podrán ser consciente de que la fe no es poseer a Cristo sino ser poseído por él.
¡Habita en nosotros, está en mi!

Hay ausencias que son promesa de una presencia, más íntima e intensa. 
Una presencia que nos acompañará todos los días de nuestra vida.
Después de habernos amado hasta el extremo, Jesús vuelve al Padre, para hacernos partícipes de su Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es nuestro Maestro interior.
Él nos recuerda y garantiza -en lo más profundo de nuestro ser- el amor que nos tiene el Padre, que ha enviado a su Hijo Jesucristo a librarnos del pecado y de la muerte y a hacernos sus Hijos de adopción.

Necesitamos la presencia del Espíritu pues reforzará nuestros corazones, hará evidente las razones del creer y nos dará el valor necesario para oponernos a la mentalidad de este mundo, cada vez más seguro de si mismo, más persuasivo, más seductor.
El Espíritu es nuestro "Defensor", garantía de futuro, camino seguro que nos llevará a la libertad y a un nuevo nacimiento: la vida eterna.

Orar es acoger el don del Espíritu y aprender a caminar con su luz y verdad.    


Ven a mi vida, Espíritu Santo:
en los momentos de prueba,
en los momentos de soledad,
en los momentos de persecución.
Ven, Espíritu Consolador,
y que yo te sienta a mi lado.


Irreconocible
Presencia olvidada de Dios,
voz que de los adentros vienes,
Radar que amplías mi estrecho campo de visión,
luna que duermes mis angustias más despiertas,
rayo que haces pedazos mis sólidas certezas,
ola que en la playa empapas mi ajado corazón,
brisa que entras con caricias y con fuerza,
clamor que me arrancas de esa frecuente pausa,
suspiro que en el aire, la esperanza creas,
anhelo que en silencio me haces crecer por dentro,
portavoz de aquellos que a menudo excluyo,
Espíritu que siempre hacia Jesús me llevas.
(Seve Lázaro, sj)



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