¡Sal!



«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 1-9)

Subimos con Jesús
al monte Tabor para sentir
el roce de Dios en nuestra vida.
Quiere transfigurarnos, transformarnos.

Quizá en el silencio orante nos cubra la nube, y sintamos el gozo de la presencia de Dios. Hay que estar un poco "en las nubes", soñar, alzar la mirada, ir  más allá de este mundo a veces tan pesado y oscuro, entrar en la luz y la paz de la esperanza...Tan sólo adora y confía.

Quizá nos convendría salir de la vida aburguesada, plácida, cansina y egoísta, que puede ser nuestra perdición. ¡Sal!

Salir de nuestras seguridades, de la comodidad de una vida insolidaria, nos trae la bendición de Dios. Déjate deslumbrar por su Luz. No es éste un tiempo de oscuridad. Dios se nos revela en Jesús como la Luz del mundo. Y se nos invita a abrir los ojos y el corazón a la luz.

La intimidad con Cristo –la Palabra hecha Carne para nuestra salvación– irá transfigurando nuestra vida y nos conducirá al gozo de la Pascua: la vida nueva en el Espíritu Santo, donde el Padre reconozca en nosotros la presencia de su Hijo Amado.

El domingo nos trae la luz y la paz de la Eucaristía. ¡Siente cómo te da fuerzas para toda la semana!


A Pedro, Santiago y Juan se les lleno de luz la vida. 
Bajemos a la tierra, el tiempo y la historia no se pueden parar, y repartamos esa luz, vivamos en lo cotidiano lo que ha hecho cambiar nuestro corazón: el encuentro con Él.

¡Hagamos miles de tiendas, Señor!
No para estar ajenos a la realidad que nos produce
hastío o cicatrices en el cuerpo, en el corazón o en el alma:
-Una tienda cuyo techo sea el cielo que nos habla de tu presencia Señor.
-Una tienda, sin puerta de entrada ni salida, para que siempre nos encuentres en vela, despiertos y contemplando tu realeza.
-Una tienda en la que todos aprendamos que la CRUZ es condición necesaria e indispensable en la fidelidad cristiana.

-Una tienda que nos ayude a entender que aquí todos somos nómadas. Que no importa tanto el estar instalados cuanto estar siempre cayendo en la cuenta de que todo es fugaz y pasajero.
-Una tienda, Señor, que nos proteja de las inclemencias de los fracasos y tumbos de nuestra vida cristiana.
-Una tienda, Señor, que nos ayude a ESCUCHAR tu voz en el silencio del desierto.
-Una tienda, Señor, donde permanentemente sintamos cómo se mueve su débil estructura al soplo de tu voz: “Tú eres mi Hijo amado”.

Javier Leoz


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