“Mi programa diario es la vida de Cristo.”


“Vente conmigo” 
(Mt 19,22)

Jesús te invita a ir con él, para remar mar adentro en busca de aguas más profundas.
Te llama a ir más allá de lo que puedas hacer de bueno; te ofrece su presencia de amigo.
La observancia de leyes no te da la madurez, te la da el encuentro con Jesús y con los demás. 
En la intimidad puedes conectar con lo que Jesús vive y con su modo de vivir las cosas.
La tienda de Jesús está llena de hermanos.
Descubre las huellas de Dios en ellos.

Jesús hace una propuesta desconcertante: para vivir el reino hay que llegar hasta el final, despojarse de todo y ponerse en camino con Él.
¿Tienes conciencia de que Jesús es tu tesoro?
¿Su amistad llena de gozo tu vida?
¿Su amor te abre al amor de los hermanos?
Llámame, una y otra vez, Señor, que quiero seguirte y llenar mi vida de tu Proyecto.

Hoy es la fiesta de San Bernardo, 
el famoso abad de Clairvaux en el siglo XII, recordó a los Papas, reyes y príncipes lo que Cristo esperaba de ellos, especialmente en el área de la unidad, de la paz y del sentido de responsabilidad para su pueblo. 
Se le llamó “la conciencia de su tiempo”. 
Pero sacó la fuerza para esta valentía y audacia de una vida ascética estricta, marcada por oración y contemplación . 
Cristo era el centro de su vida: “Mi programa diario es la vida de Cristo,” escribió.

"En medio de tus peligros, de tu angustia, de tus dudas, piensa en María",
 San Bernardo.

Señor, hay días en que olvidas los motivos.
El entorno se vuelve desierto árido, monótono.

Hay días en que lo cambiarías todo por una caricia.
Días en que calla la voz interior,
cuando ni hacer el bien parece tener sentido,
cuando el mundo resulta una causa perdida
y el evangelio es un idioma incomprensible.
Días en que no te sientes hermano, ni amigo, ni hijo.

Días de escepticismo,
en que el samaritano decide pasar de largo,
Zaqueo no sube al árbol,
y sólo sobrevive el joven rico.
Días en que vencen los fantasmas interiores.

Pero no des demasiada cancha al drama.
Mira tu vida con desnudez benévola,
respeta el desaliento, sin darle el cetro y la corona,
y rescata la memoria de las causas, de la presencia, de la ilusión.

El samaritano sigue en marcha.
Él también tiene días grises.
Zaqueo espera un encuentro.
El joven rico aún piensa en el camino que no eligió.
Y en lo profundo, más allá de fantasmas y demonios, late Dios.

José María Rodríguez Olaizola, sj


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