Para salvarnos
Acechan buscando pruebas para condenar. Para escribas y fariseos salvar a un hombre es menos importante que el cumplimiento estricto de la ley. Y así sigue siendo en nuestros días. Lo peor es que se haga en nombre de quien entregó su vida para salvarnos no para cumplir las leyes.
El hombre de la mano derecha paralizada está en la sinagoga, un lugar de oración. Inmovilizado por unas leyes, marginado por quienes las anteponen a su bien y salud. Una invitación a descubrir a quien está silenciado, menospreciado por una obediencia mal entendida.
Para Jesús la persona siempre ocupa el puesto principal. Ninguna circunstancia, enfermedad, condición, raza, religión, pueden anular este proyecto de Dios. Mira a los más pequeños, a los que menos cuentan, a los que están más orillados. Levántalos con tu respeto, con tu valoración profunda.
La ley y las normas que no favorezcan el amor nunca serán las del Dios de Jesús. Una religión que prioriza la moral del cumplimiento pero no el desarrollo responsable de la libertad tampoco es la de Cristo. Lo esencial es la compasión y el compromiso en la liberación de los hermanos.
La nueva ley, tal como Jesús nos la presentó, es la del amor que se pone por obra, y no la de un descanso que “inactiva”, incluso, para hacer el bien al hermano necesitado.
Invitados a hacer como Jesús: levantar, poner en el centro a los otros y buscar su bien por encima de ideas previas.
No hay mayor norma, mayor mandato que el amor. Amar, que es atender, cuidar, proteger, defender a todo aquel necesitado que encontramos en nuestro camino. Devolver la salud, la dignidad, la esperanza. Así hacemos sagrado cada día, cada momento.
Danos, Señor, esa delicadeza para estar atentos a las necesidades de
nuestros hermanos.
Ayúdanos a comprender las penas ocultas.
Haz que comprendamos lo que tú nos pides cuando nos pides algo.
incapaces de anunciarte a los hombres.
incapaces de alargarse a los que nos necesitan.
incapaces de ir a buscar al hermano perdido
Señor:
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