Hacer visibles
El Evangelio de hoy nos dice que en la mesa de mundo no siempre se comparte el pan; no siempre emana el perfume de la comunión; no siempre es partido en la justicia: por un lado un rico vestido de púrpura y lino, por el otro, un pobre cubierto de llagas.
Al rico no le queda ni el nombre, el pobre, en cambio, tiene nombre, Lázaro, que significa "Dios ayuda". Incluso en su condición de marginación, mantiene intacta su dignidad porque vive en la relación con Dios, esperanza inquebrantable de su vida.
Gran contraste. El rico “anónimo” viste bien y banquetea. Rico no sólo por el dinero sino también por sus actitudes. En vida por su ceguera e indiferencia; muerto, porque sigue abusando de Lázaro para que sea su recadero. Y Lázaro, pobre, doliente e invisible.
Nuestro testimonio debe ir encaminado a hacer visibles a los 'lázaros' de nuestro mundo estando y siendo con ellos. Nuestro mundo necesita romper la indiferencia con todos aquellos que no llegan ni a las migajas de lo que necesitan para vivir con dignidad.
La Eucaristía nos invita a una conversión: de la indiferencia a la compasión, del derroche al compartir, del individualismo a la fraternidad. Porque no hay verdadero culto eucarístico sin compasión por los muchos "Lázaros" que también hoy caminan a nuestro lado.
Volvamos al gusto del pan, porque mientras en el mundo se siguen consumiendo injusticias y discriminaciones contra los pobres, Jesús nos da el Pan de la compartición y nos envía cada día como apóstoles de fraternidad, justicia y paz.
Lo que necesitamos para tener fe no son signos o milagros. Lo que necesitamos es querer, es pedir, es suplicar. Cuando nos convencemos de lo insoportable que es vivir centrados en nosotros y nuestra vida toca fondo es cuando levantamos la mirada pidiendo y necesitando ayuda. Ahí comenzamos a creer.
La mejor forma de transmitir a Cristo, de evangelizar el mundo, es con nuestro ejemplo, con la donación de nuestro tiempo a los demás. Esa es la mayor riqueza que tenemos.
En esta Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, renovemos nuestro compromiso por la edificación de un futuro que ponga en el centro también a migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de la trata. El reino de Dios se construye junto a ellos.
Guardar la vida
No puedo
guardar mi vida
en una caja de seguridad,
ni en la cuenta secreta
de un paraíso fiscal,
ni entre paredes vigiladas
por cámaras y espejos,
ni en el frágil papel
de las crónicas de moda,
ni en la aprobación social
que pronto se evapora.
Yo solamente puedo guardar mi vida
en el corazón de los pobres,
en los cuencos de los ojos
que tantean las aceras,
en la inhóspita exclusión
de emigrantes sin papeles,
en la soledad helada
de los que viven entre rejas,
en el tedio de los últimos
que nadie roba ni codicia.
Porque ahí, en pobres, ciegos,
solos, últimos,
al entregar mi vida
donde se pierde,
la estoy guardando en ti,
Dios pobre y cercano.
(Benjamín González Buelta)
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