La piedra angular

 


"Este es el heredero: venid, lo matamos" 
(Mt 21, 33-43.45-46)

¡Es Cuaresma!

¡Ven a la Viña de Jesús!

¡Enciende la Fe, y le reconocerás!

La vida está lleno de signos, palabras y acontecimientos que nos invitan a la conversión, a la profundidad, a la humanidad. No los despreciemos.

También hoy el Señor nos envía mensajeros, personas y acontecimientos, para invitarnos a la conversión. Pidamos que nos envíe su Espíritu para reconocer en ellos su presencia.


"El reino de Dios se dará a un pueblo que produzca sus frutos". ¿Qué frutos das? ¿Trabajas su tierra, la cuidas, le das lo que necesita? ¿O pasas de ello y solo piensas en ti? Se te ha regalado algo muy grande... No lo eches a perder...

«El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las virtudes: se trata de acercarse al Señor "con corazón lleno de fe", de mantenernos firmes "en la esperanza", con una atención constante para realizar junto con los hermanos "la caridad y las buenas obras"».


Fíjate cuánto nos ama Dios que, sabiendo que iban a matarlo, nos envió a su único Hijo para salvarnos del pecado. ¿Eres consciente de lo que eso significa?

 El Padre nos envió a su hijo para crear comunidad, derribar muros, promover encuentros. El Espíritu nos invita a poner los ojos en Jesús: locura de amor entregado. Nos avisa para que cambiemos de rumbo. Damos permiso al Espíritu para que nos lleve de la superficialidad a la hondura, de las palabras a las obras.  

Jesús, peregrino de amor, gracias por querer entrar en nuestra historia, gracias por seguir siempre con nosotros.  

Cuando perdemos la relación con Dios, nos creemos merecedores de todo. Conquistadores de unos bienes que no nos pertenecen. Con derecho a eliminar a quienes puedan arrebatar los logros conseguidos. Es preciso volver a Dios y descubrirnos en lo que somos: siervos.

Amor tan golpeado

Hasta tus sentidos llega
el dolor humano,
por tus venas y tus sueños
se adentra en tu corazón
y ahí busca un espacio
donde reclinar su frente.

¡Humaredas de vida quemada,
gritos sofocados de tortura,
alaridos y estrépitos de guerra,
angustias de almohada sin testigos,
quejidos de brasa que se agota,
desiertos de soledades mudas!

¿Tantos siglos de dolor humano
no te han amargado el amanecer,
no han disuelto una gota de hiel
en el paladar de tu palabra,
no han lastrado con desencanto
el vuelo creador de tu Espíritu?

Insondable Amor tan golpeado,
tú acoges cada dolor humano,
le enjugas las lágrimas,
dentro de ti lo besas, lo resucitas,
y en el hueco de nuestras llagas
tu Espíritu lo siembra de noche,
semilla de alegría, paz, ternura.

(Benjamín González Buelta, sj)

 


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