Cuidar y amar la Palabra



“Salió el sembrador a sembrar” 
(Mc 4,1-20).

Jesús sale a los caminos con la esperanza y la alegría del sembrador.
 No se acobarda ante nada.
Lo suyo es sembrar el reino, sembrarlo a manos llenas.
Si le abrimos el corazón, también hoy pondrá su semilla de amor en nuestras vidas.
Que la mística de los ojos abiertos sea nuestra forma de vivir la fe con sensibilidad solidaria, sea nuestra manera de relacionarnos con todo lo creado con respeto y libertad.
Esta sabiduría transciende “toda ciencia”.  
El Señor mantiene sembrando su Palabra en nosotros siempre que él habla con nosotros en las lecturas de las Escrituras y siempre que vemos a cristianos cuán buenos practican su fe. 

La Palabra es don gratuito que debemos cuidar y amar.

Ocúpate del terreno pedregoso donde cae la simiente.
Eres tú.
Al escucharla, la acoges con alegría, pero no tienes raíces, eres inconstante y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumbes.
Así es tu vida cada día.
Estate callado.
Obsérvarte.
Ora.

Todos somos sembradores de aquello que dejamos crecer y da fruto en nosotros.
Si cultivamos la Palabra, seremos sembradores de vida y de vida en abundancia.

La vida siempre se abre paso en los rincones más insólitos.
Nada puede detener su fuerza que rompe muros y abre caminos nuevos.
Es la belleza que nos salva.


Con la ayuda de tu Espíritu, con la presencia llena de ternura de santa María y san José, dejaré que siembres tu Evangelio en mi corazón.
Sé que ahí está el manantial de la acción evangelizadora.  

María, Señora de la Paz, 
es la tierra buena que acoge la semilla y da fruto; 
ella 'Maestra de Escucha' para engendrar, vivir, alentar, ilusionar... no para olvidar.

Señor, Jesús, Tú eres el sembrador.
Y yo la tierra en la que esparces la semilla de tu Palabra.
Gracias, Señor, por “perder tu tiempo” conmigo;
gracias por darme la oportunidad de acoger tu semilla,
de ser feliz, dando fruto abundante.

No permitas que mi corazón se endurezca,
como un camino.

No dejes que la vida me petrifique, Señor.
Que no me gane la partida la desconfianza y el escepticismo.

Señor, en ocasiones soy como terreno pedregoso,
Acojo con ilusión tu Palabra, pero no soy constante.
Me gusta probarlo todo, pero no doy la vida por nada.
Ayúdame a sacar las piedras de mi corazón,
para ser tierra buena, con hondura, que dé fruto.

Señor, te doy gracias, por ser tierra buena,
tierra que sería fecunda...
si no estuviera llena de espinas.
Acojo la semilla de tu Palabra en un rincón del corazón,
pero a veces recibo y dedico más tiempo a otras plantas
que asfixian los brotes que nacen de tu semilla.
Señor, dame valor para renunciar a todo lo que me separe de Ti.

Señor, gracias por todas las personas que son buena tierra,
en las que tu palabra crece y fructifica, ahonda y se multiplica.
Gracias por los santos, que producen el ciento por uno.
Gracias porque también yo, con tu ayuda, doy fruto abundante,
frutos de ternura y solidaridad, de justicia y paz.
Señor, gracias por elegirme para ser sembrador.
Gracias por enseñarme que, a pesar de los obstáculos,
todas las semillas, tarde o temprano, producen su fruto.

Ayúdame a sembrar con una mano
y ayudar, con la otra, a que las tierras se conviertan en fecundas.
Dame generosidad para ser como el grano de trigo,
dispuesto a enterrarse y a morir,
para que la tierra del mundo dé los mejores frutos.
Amén.


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