Dios se hace mendigo por amor.
“Había un hombre
rico...
y un mendigo llamado Lázaro
estaba echado en su portal”
(Lc 16,19-20)
El Papa Francisco, al hablar de ecología,
insiste en saber escuchar
tanto el clamor de la tierra
como el de los pobres.
Mendigos y ricos.
Muchos mendigos y pocos ricos.
Pueblos con
todo, pueblos con casi nada.
Lo plantea la parábola,
recordando la necesidad
urgente
de convertirnos a una verdadera fraternidad.
El rico es condenado
porque no ha sabido ver en Lázaro a un
hermano,
con quien le une un deber de cuidado y custodia.
Al no tener una
relación adecuada con su vecino,
aquel hombre ha destruido
la relación interior
consigo mismo,
con los demás, con Dios y con la tierra.
¡Un escándalo!
Dios se vuelca con los mendigos,
se hace mendigo
por amor.
Déjate confrontar con esta parábola de Jesús.
No pases de largo,
implícate en los que están echados en tu portal.
Silencia tu ego.
Despiértanos,
Jesús.
Cuando nuestro orden establecido
es injusto,
¿para qué sirve?
"Abramos nuestros ojos
para mirar las
miserias del mundo,
las heridas de tantos hermanos
y hermanas privados de la
dignidad" (MV 15).
Si no damos el paso hacia una comunión
con todos los
que sufren,
nuestro cristianismo corre el peligro
de adormecerse y quedar
anquilosado.
Frente a la tentación de la indiferencia
está la belleza del
encuentro solidario.
Todos somos
pordioseros de amor.
- Abre, Señor, nuestro corazón
hacia actitudes
auténticamente
solidarias y fraternas.
Señor:
Sé que no me impides tener,
pero sí que sea insensible.
Señor: Sé que no es
malo poder vestir y comer bien,
pero sí ser indiferentes
ante los que visten
andrajos
y comen lo que encuentran en basureros.
Señor: Yo te pido derribes el
portal
que me separa de mis hermanos
y me impide ver su realidad.
Señor: No te
pido envíes alguien del más allá,
sino que sepa escuchar a los que me rodean.
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