La misericordia del Señor todo lo llena de alegría.



“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: ¡No! Se va a llamar Juan... Preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea” (Lucas 1,57-66).  

Dos ancianos son testigos 
de la misericordia de Dios en sus vidas. 
No puede ocultarse el amor, 
que libera, recrea y fecunda. 
Como la luz  se expande 
llenando de gozo rostros, casas, pueblos… 
Quienes lo acogen se sobrecogen y comparten la alegría, 
unen sus voces, alaban 
y bendicen al Dios dador de Vida. 

Abrimos nuevas sendas, 
porque el polvo ha borrado ya las viejas sendas.

Percibimos el momento presente en que el Espíritu 
y nuestro espíritu se encuentran 
y dan vida a algo nuevo, 
a una nueva presencia de Jesús entre nosotros.

 ¡La alegría de tu venida me llena de vida!, 
¡Ven pronto, Señor! 



  “Se enteraron sus vecinos y parientes 
de que el Señor le había hecho 
una gran misericordia, y la felicitaban” (Lc 1, 58)               

Los vecinos de Isabel comparten su alegría 
La misericordia del Señor todo lo llena de alegría.

 A la tierra reseca le brotan flores y frutos.


¡Qué hermoso cuadro para la comunidad cristiana: 
compartir unos con otros el gozo
de haber encontrado al Señor, 
ser expertos en compasión y ternura! 
Donde está tu misericordia, Señor, 
es posible la aventura del Reino.
La vida triunfa siempre 
porque tu misericordia es infinita, Señor.

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