«Servía día y noche.»
Ana, la profetisa,
hablaba del niño
a todos
los que aguardaban
la liberación de Jerusalén
Lc 2, 36-40
Ana, anciana y
viuda, reconoce en Jesús al Mesías esperado, al definitivo liberador del
pueblo, al verdadero Esposo de Israel.
El anuncio de
Ana es de liberación, está cargado de esperanza para todos los que la han
perdido... Liberación de aquello que no nos deja ser a lo que estamos llamados,
de lo que nos tiene menguados en nuestra dignidad
No se apartaba
del templo día y noche, sirviendo a Dios.
Este es el elogio que se hace de esa buena mujer.
Este es el elogio que se hace de esa buena mujer.
Su larga carrera
en este mundo se sintetiza en eso, como en suprema sabiduría:
«Servía día y
noche.»
Como alguna vez
dirás Tú, Señor Jesús, de Ti mismo que no habías venido a ser servido, sino a
servir.
¡Qué dichoso es
el que hace otro tanto!
Cada vez admiro
más a aquellas mujeres y hombres mayores que, como la profetisa Ana, han
mantenido una fe sencilla pero recia, y una confianza en el Dios de las
promesas.
¡Qué grandes testigos de la fe!
¡Qué grandes testigos de la fe!
Son para quitarse el sombrero.
Señor: bendice
hoy a nuestros ancianos.
Señor: bendice hoy a nuestras viudas y viudos.
Señor: bendice a quienes son capaces de esperar toda una vida.
Señor: que sepamos escuchar la palabra de nuestros ancianos.
Señor: bendice hoy a nuestras viudas y viudos.
Señor: bendice a quienes son capaces de esperar toda una vida.
Señor: que sepamos escuchar la palabra de nuestros ancianos.
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