No tardemos en perdonar
“Amad a vuestros enemigos,
y rezad por los que os
persiguen”
(Mt 5,44)
El Espíritu no hace distinciones.
A todos ama, su cariño llena de bondad el corazón.
Así nos sueña a nosotros: capaces de amar incluso a los
enemigos.
Acoge hoy esta palabra de Jesús.
Guárdala en el corazón, como María.
Ama tú, Jesús, en nosotros a las personas que todavía
no amamos.
Haz salir el sol de tu amor sobre ellas.
Esto es descabellado, como lo fue Jesús
“Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad
por los que os persiguen y calumnian.”
Poned nombres y rostros concretos.
Es una locura pero, bien mirado, es lo único que puede sacarnos de la
espiral de violencia en el mundo.
Pensadlo.
Seamos como los
niños, que no tardan en perdonar.
Están siempre
deseosos de volver a jugar, a ser amigos, a reír juntos.
El rencor es
cosa de adultos que han endurecido su mirada y su corazón.
El perdón nunca
ha sido ni será fácil, pero ha de ser un signo de nuestra identidad de
cristianos y, sobre todo, de la identidad de Dios.
Da siempre una
oportunidad para que el bien se manifieste en cada persona.
A veces está
oculto bajo capas de inseguridad, miedo, dolor tristeza...
Pero Dios ha
dejado en todos su firma.
La Palabra de
Jesús es la torrentera que al despertar nos despereza con un baño de sanación
para el corazón y la mente.
Es un aliento
cálido que nos seca y emociona.
Es un impulso al
silencio y a la pasión por salir a edificar y plantar una tierra nueva y
solidaria.
"Si saludas
sólo a tu hermano, ¿qué haces de extraordinario?"
Cree posible lo
imposible, lo que rompe el conformismo.
Anhela lo sano y
lo justo.
No rebajes las
pretensiones éticas.
No quedes
líquido.
Sé roca firme.
Sólo así
venceremos el descarte y la exclusión de muchos.
Tira los muros
que nos dividen.
Corta las
alambradas que excluyen.
Acalla los
ruidos que nos aíslan.
Rompe las
barreras que nos separan.
Enciende la
mirada que ignora al prójimo su historia su drama su fulgor.
Silencia la
palabra que prejuzga que anula que encizaña que mata.
Padre bueno, que nos descubriste mediante tu Hijo, la
alegría del perdón, la valentía del amor al enemigo, el imperativo de "no
juzgar", te pedimos que borres tus reclamaciones de nuestro libro, como
haremos nosotros con las nuestras.
Así conseguiremos un libro blanco y limpio, dispuesto para los mensajes de
alegría de bondad, de fraternidad, de amor.
Haznos sentir el perdón como un tesoro recibido de ti y generador de
convivencia pacífica, hasta tal punto que no necesitemos volver a reclamar,
porque todos los rencores quedarán ahogados.
Tú, que nos conoces por dentro y que podrías llenar mil páginas con los fallos
de nuestra biografía personal pero prefieres la indulgencia, haznos capaces de
imitarte en nuestras relaciones difíciles con el prójimo.
Te lo pedimos por Jesucristo, tu hijo y Señor nuestro.
Amen.
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