Invitados a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.
“Es el Señor”
(Jn 21,8)
Ni
los apóstoles ni nosotros podremos «pescar» nada si pretendemos hacerlo «de
noche», sin la luz que Cristo Resucitado nos ofrece.
La fuerza del amor tiene
que abrasar nuestro corazón para reconocer que el Señor está con nosotros y
aprender a actuar a partir de su palabra.
Invitados por Jesús a compartir el
pan y el pescado junto al lago, los discípulos aprenden a vivir de modo natural
y familiar la presencia del Señor en cada Eucaristía.
- Gracias, Señor, por
ser cada día tus invitados a la mesa de la Palabra y de la Eucaristía.
Jesús siempre llega de forma gratuita e
inesperada.
No es uno más que llega.
Su acento es único, las señales de su amor
están a la vista.
El asombro deja paso a la alegría.
Acoge hoy a las personas
que vengan a ti y al final del día celebra en la oración tantas visitas
inesperadas de Jesús.
Con
mi candil encendido te espero para llamarte ‘mi Señor’ cuando llegues.
“El Resucitado envuelve a las criaturas de este mundo misteriosamente y las
orienta a un destino de plenitud…
Están llenas de su presencia luminosa” (LS
100).
¡Qué alegría ir por la vida
descubriendo al Señor!
¡Qué hermosa tarea la de cruzar despacio todo paisaje
para descubrir en él las huellas del Amado! La presencia luminosa del
Resucitado nos permite llamar a cada criatura con el bellísimo nombre de hermano,
hermana.
Llamados a disfrutar de la vida, dejamos a nuestro paso un canto
nuevo:
Mi Amado las montañas, los valles solitarios nemorosos, las ínsulas
extrañas, los ríos sonorosos, la noche sosegada…
El Evangelio es una forma de vivir. Si no es eso, es nada.
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