¿Creéis?
Caminamos con los ojos cerrados creyéndonos autosuficientes. Y mientras tanto, Dios pasa a nuestro lado. Pidamos recuperar la vista, para reconocer su rostro en quienes conviven con nosotros.
En el Evangelio, dos ciegos claman a Jesús: «Ten compasión de nosotros, Hijo de David». Este grito es un acto de fe que, aunque sencillo, tiene un poder transformador. La fe no solo consiste en creer, sino en acercarnos a Dios con confianza plena en su poder...Este llamado nos invita a reflexionar sobre cómo podemos vivir nuestra fe en medio de las dificultades.
¿Nos acercamos a Dios con la misma confianza y esperanza que esos ciegos?
«¿Creéis que puedo hacerlo?». Contestaron: «Sí, Señor». Dios no sé autoimpone a lo humano, siempre nos pide permiso. Su respeto y delicadeza es absoluto. Su atención y preocupación por nosotros es total. Por eso cuando le pedimos, le buscamos, le llamamos, Él se hace presente y siempre nos ofrece lo que más necesitamos. Es la confianza y la alegría para abrazar la realidad lo que más nos da. Y esa confianza nos rescata de nuestras cegueras. Ya no queremos vivir según nuestros criterios y nuestros intereses, sino vivir en la construcción consciente del Reino de Dios.
“Que os suceda conforme a vuestra fe” La obra de Dios en nuestra vida no es sólo lo que él quiere dar y a quien quiera, sino que debemos añadirle que por la fe sabemos que se hará realidad pues él nos escucha. La confianza es el motor del encuentro con aquel que nos ama. La fe nos ayuda a ver la vida. A entender lo que nos sucede. A tomar perspectiva de lo que no comprendemos. Necesitamos pedirla. Precisamos salir de nuestra ceguera y descubrir la realidad con mirada de Dios.
En el Adviento tenemos que abrir los ojos, estar atentos, no perder ojo de nada de lo que pasa a nuestro alrededor. El Señor se acerca, nos quiere tocar, quiere estar a nuestro lado... dejemos que quite de nosotros toda ceguera, que se llene de luz nuestra oscuridad. El Adviento nos invita a abrir los ojos a su venida y proclamar con alegría que su luz vence toda tiniebla.
Hazme testigo de tu luz en medio del mundo.
Que nuestra petición este Adviento sea que se nos abran los ojos, que le veamos, que su luz nos llene de claridad en medio de la oscuridad, la duda o la noche.
Pidamos al Señor que nos dé la fe y la persistencia de estos ciegos, que nunca nos desanimemos en nuestras peticiones y que confiemos plenamente en su poder para sanar y transformar nuestra vida. Que el Señor abra nuestros ojos a su amor y misericordia… a su Verdad.
Tu dicha
¿Cuál es tu dicha, Señor?
Porque quiero hacerla mía,
Probármela, llevarla puesta todo el día.
¡No me escondas tu dicha!
¿Será tu dicha ese amor
que Jesús entregó al ser humano?
Un amor de compasión,
un amor de compañía,
un amor para que viva,
un amor que nunca muere,
un amor que no lo olvida,
y de nunca echar el freno.
¿Será tu dicha esa fe fuerte
que tuvo tu madre, María?
Una fe alegre y esclava,
que vuelve humilde y engrandece,
de esas que operan en lo oculto,
de esas que no tienen grietas,
de esas que nunca se rinden,
de esas que siempre confían.
¿Será tu dicha ese aliento
que tu Espíritu dejó en este mundo?
Ese aliento que traza futuros,
ese aliento que abre caminos.
Un aliento novedoso,
un aliento de osadía,
de esos que desatan nudos
de aquellos que quieren vivir juntos.
(Seve Lázaro, SJ)






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