"No soy digno"
El Adviento nos invita a vivir en actitud de fe viva, confiada y sencilla, que acoge al Señor sin exigir pruebas y abre el corazón a su venida para toda la humanidad. Él viene para todos los hombres y mujeres, para hacer comunidad, para tejer redes de fraternidad.
Aprovechemos el Adviento para crecer en la fe, que no es otra cosa que tener confianza en aquel que nos ha mirado y en su mirada descubre nuestro anhelo de tenerlo cerca y hacer de nuestra vida reflejo del amor que nos da.
Al entrar en Cafarnaúm, un centurión le pide a Jesús que cura a un criado enfermo. Para asombros de todos Jesús contesta: "Voy yo a curarlo". El centurión afirma que no es necesario, que basta que lo diga de palabra. El Señor se asombra de la fe de aquel hombre extranjero.
En Jesús que se acerca a la casa del centurión, que se acerca a cada uno de nosotros, descubrimos el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad. Dios ha venido para quedarse en el corazón del mundo. Y solo el que se considera pobre, sin derecho a nada, sin poder; solo el que es humilde, podrá disfrutar de esta presencia de Dios que cura y sana: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."
Nadie somos dignos de vivir esta historia de salvación de parte de Dios. No nos llama por nuestros méritos o nuestras habilidades. Es su misericordia y su amor lo que le conmueve, y la hace acercarse diariamente a nuestras vidas. Hoy y cada día celebramos que una Palabra suya basta para sanarnos y darnos vida en abundancia.
En este encuentro entre Jesús y el centurión romano vemos un acto de fe extraordinaria. El centurión, reconociendo su indignidad, confía en el poder de la Palabra de Jesús para sanar a su siervo. Esta fe, profunda y humilde, es sorprendente: el Señor declara que muchos vendrán de lejos para tomar posesión en el reino de los cielos. Esta historia nos invita a tener una fe confiada y a reconocer la autoridad total de Cristo en nuestras vidas.
La fe del centurión es un ejemplo luminoso de humildad y confianza. Hoy, en nuestro día a día, se nos invita a vivir con la misma actitud. El Evangelio también nos recuerda el poder de la palabra divina, capaz de sanar no solo cuerpos, sino también corazones heridos. La fe, cuando se enciende, mueve montañas y también corazones. Es hora de escuchar dentro, de renovar la respuesta, de dejar que Cristo haga nuevas nuestras ganas de vivir.






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