En el discurso de despedida, Jesús Resucitado recuerda a sus Apóstoles que no les deja huérfanos. Que estarán habitados, porque si le aman guardarán su palabra, y el Padre les amará y vendrán a él y harán morada en él. Ese será el regalo del Señor a quienes le aman de verdad.
Jesús nos instruye cómo Maestro y amigo. Nos aconseja guardar su palabra para ser morada del Padre y de él. Nos promete el Espíritu que nos lo enseñará todo. Nos regala la paz, su paz, no la del mundo. Nos infunde valentía y nos invita a la alegría.
Hacerle sitio a Él en nuestra vida, guardar su Palabra. Deja que Él y el Padre moren en mi, vivan en los profundo, en el centro de mi corazón. Esa es la novedad de Jesús, habitar en el corazón del hombre y la mujer de este mundo, ser uno con cada uno de nosotros. La manera de responder, de hacer posible el encuentro, de vivir su amor y nuestra respuesta al mismo es 'guardar su Palabra'.
El que ama a Jesús vive en comunión con Él. No estamos solos: el Padre habita en nosotros, y el Espíritu nos da paz y fuerza. No es la paz del mundo, es la suya: serena, firme, verdadera.
Padre Celestial, te damos gracias por la unidad que nos ofreces en tu Hijo, Jesucristo. Guíanos a través de tu Espíritu Santo. Fortalécenos para enfrentar y resolver los conflictos dentro de nuestra comunidad con sabiduría y amor, siempre buscando lo que contribuye a la construcción mutua y a la expansión de tu Reino. Que vivamos cada día en la esperanza de tu venida, y que tu paz llene nuestros corazones y disipe todo miedo y ansiedad. Amén.
"Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde”
“No hemos recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor, sino un espíritu de fortaleza que nos lleva a exclamar Abba, Padre”. (Rm 8,15) Hoy se nos invita a descubrir la valentía y la fortaleza de ser creyentes. El miedo paraliza, esconde, silencia, huye. La alegría y el valor crea, se expresa, se contagia y se ofrece. Que en el día de hoy nos regalemos en cada acontecimiento y encuentro que vivamos. El Espíritu viene con nosotros.
Para que seas nuestra fuente de alegría, vida y paz.
Y para que sepamos reconocerte en la Iglesia,
Ven, quédate con nosotros, Señor,
¿Quién se acercará a los que no te conocen?
¿Cómo te encontrarán los que te andan buscando
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