Una de las experiencias más maravillosas del seguimiento de Jesús resucitado es la mutua habitabilidad: basta con adherirse al Señor, con comulgarle, para que Él habite en ti y tú en Él. De esta realidad deducimos que un discípulo de Jesús nunca estará sólo, sino habitado.
Jesús es quien nos da vida. El pan de la vida. Su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida. El que lo come vivirá para siempre. Comer su carne y beber su sangre es habitar en él y dejarse vivir en él. Una gracia que se regala y solo tenemos que acoger
"El que come mi carne... habita en
mí y yo en él". Carne es historia, es realidad, es compromiso.
Habita en nosotros si comulgamos con Él, si abrimos de par en par las puertas
de nuestro corazón y le dejamos sitio. Es una unión íntima, real, en la
historia. No quiere quedarse en la
imaginación, quiere ser tan real que habita en nosotros y nosotros en Él, por
eso es alimento, por eso es real... para facilitar el encuentro.
"Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre." La vida la recibimos de Otro. Jesús recibe la vida del Padre, nosotros también. No existimos por iniciativa propia, se nos regala la vida y sí que es decisión nuestra el cómo la vivimos. La invitación que nos da la fe es compartirla, creando vínculos, atentos a las necesidades y llamadas que recibimos de otros.
Hoy pidamos especialmente por León XIV que comienza su pontificado que cuente con nuestra adhesión y cariño. Agradezcamos su generosidad al decir sí a una misión tan exigente y llena de retos.
Señor, gracias por ser nuestro pan,
porque te dejas comer por nosotros,
porque nos ofreces tu vida entera
para que vivamos por tu Amor,
como Tú vives del Amor del Padre.
Danos, cada día, sabiduría y humildad,
para no vivir de mí y de mi vanidad;
de mis deseos de poder y de poseer,
de la satisfacción de mis caprichos;
para vivir de Ti y de tu Amor;
Que cada día, Señor, sepa acoger,
como un mendigo que se sabe afortunado,
tu Luz, que me ayuda a ver la verdad y la mentira,
tu Fuerza, que me sostiene,
tu Palabra, que me recuerda quién soy y para qué he nacido,
tu Mano, que me defiende,
tu Sabiduría, que me conduce a la Vida,
tu Mirada, que me da la Paz que a veces no tengo,
tu Eucaristía, tu pan y tu vino,
que alimenta mi hambre de amor y de alegría.
de entregar mi tiempo y mi vida entera,
como Tú y siempre contigo.
Amén.
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