El rostro del Padre
Te he cogido en mis brazos, he cargado con tus cruces, te he dado un mensaje de salvación, te he perdonado todos tus pecados, te he abrazado como el Buen Padre... Y, ¿aún no confías en mí? Levántate, agarra mi mano y sigamos caminando juntos.
Cristo nos ha mostrado el rostro del Padre y nosotros hemos encontrado un Dios de misericordia, bondad y amor. Jesucristo, el Hijo de Dios, quiere ser nuestra vida, nuestra luz y el sentido de nuestra existencia.
Jesús le dice a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
Un camino del que nos desviamos porque no siempre es fácil. Una verdad que cuesta asumir y defender. Una vida que no es razón, sentido y meta. Camino de entrega. Verdad encarnada. Vida derramada.
Jesús acerca lo divino a la tierra. Nos posibilita el acceso a una vida eterna en medio del tiempo. Nos regala un amor que se derrama en nuestros corazones y nos hace hijos y hermanos. Hacemos de nuestra historia una historia de salvación, una experiencia acompañada. Una vida salvada y misionera.
La misión nace de una convivencia prolongada con Jesús;
la profecía nace de la amistad con Dios. Lo que se descubre en la intimidad del
encuentro orante se proclama desde los tejados. Cuando uno ha experimentado el
amor gratuito de Jesús, puede colocarse en medio del mundo para ser con sus
obras un humilde reflejo de la belleza de Dios.
Tú, Señor, eres mi Camino, mi Verdad y mi Vida. Tu amistad me pone en camino de anuncio.
Cosas nuestras
Mis huellas, tu horizonte
mis pasos, tu presencia
mi quietud, tu llamada
mi cuidado, tu entrega
mi canto, tu evangelio
mi orgullo, tu paciencia
mi temor, tu alianza
mi huida, tu insistencia
mi trinchera, tu cruz
mis dudas, tu certeza
mi frío, tu pasión
mi grito, tu respuesta
mis ansias, tu banquete
mi temblor, tu firmeza
mi soledad, tu gente
mi flaqueza, tu fuerza.
Tu camino,
tu verdad
y tu vida.
Nuestro amor,
nuestra fiesta.
(José María R. Olaizola, SJ)
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