Una palabra



«Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. 
Basta que lo digas de palabra, 
y mí criado quedará sano…” 
(Mt 8, 5-11).  

 Sacúdete la rutina, la pereza, la apatía. Aviva la llama de la fe. Emprende con ánimo renovado el camino de contemplación del misterio de Cristo. Deja que la fuerza de su Palabra te vaya transformando. Reconoce con sencillez a Jesús y ábrete a la novedad del Evangelio. 

Despierta. Descubre la presencia del Señor en lo sencillo de cada día. Cree en la fuerza sanadora y transformadora de su amor. Estamos llamados a vivir una fe solidaria, a salir de nosotros mismos, abrir la mirada y comprometernos con los necesitados que tenemos cerca. 

 

En Jesús que se acerca a la casa del centurión, que se acerca a cada uno de nosotros, descubrimos el rostro de nuestro Dios viniendo a visitar a nuestra humanidad.

Dios ha venido para quedarse en el corazón del mundo.

Y solo el que se considera pobre, sin derecho a nada, sin poder, solo el que es humilde, podrá disfrutar de esta presencia de Dios que cura y sana:

"Señor, no soy digno de que entres en mi casa..."

Ojalá, siempre, el Señor pueda decir de nosotros, admirado: ¡no he encontrado en nadie tanta fe!

¡Ven y cúranos para que crezca!

¡Ven a mi casa, Señor, ven y sáname con tu amor!

Dime una palabra a mi soledad, a mis miedos, a mi esperanza.

Que calle mi corazón y en ti descanse.  

Antes de decirlas, María pasa todas sus palabras por el Corazón, por eso nos consuelan tanto.

¡María, aumenta nuestra fe!


 Un grito

Señor, a veces ando cansado, a menudo frustrado, 
irritado, pero siempre con la esperanza de llegar, algún día, a la ciudad eterna, lejana, resplandeciente en el sol de la tarde.
Dios mío, eres fiel a tus promesas...
Llena mi corazón y satisface mi deseo más profundo.
No hay nada más que esta promesa para agarrarme firmemente...
Me aferro con fe a esta promesa desnuda.
Oh Señor, dame coraje, dame esperanza y dame confianza.
(oración inspirada en Henri Nouwen, Un grito en busca de misericordia)


 

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