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Una llamada

 


“Dejándolo todo, se levantó y lo siguió” 
(Lc 5,27-32)

Nuestra fragilidad se fortalece, nuestras heridas son sanadas, nuestro pecado es perdonado cuando nos encontramos con la mirada misericordiosa de Cristo, con su humanidad que nos rescata del polvo.
Hoy es tiempo propicio, tiempo de reconciliarnos, tiempo de salvación.
 
Mucha gente espera una llamada.
Espera oír su nombre de una manera nueva, digna, acogedora. 
Espera una llamada que les rescate de la soledad, que cambie su desesperación en esperanza; una llamada que les recuerde que están invitados al banquete de la vida, que Dios los ama.

No mirar hacia atrás tras encontrarle.
Ante su llamada no hay posibilidad de un 'luego'.
Levantarse, ser nuevos, nada de estar encogidos... su llamada nos llena de dignidad.
De pie, sin estar escondidos.... y seguirle .

¿Espero a ser justo para seguir a Jesús,
o le sigo desde mi condición de pecador?
Sí, tú también eres pecador.
Y yo.
Está en nuestra naturaleza humana.
Pero Cristo nos da la solución: seguirle a Él es comenzar un camino de conversión.
¿Qué le contestamos?


"No necesitan médico los sanos, sino los enfermos".
Jesús es raudo e inteligente con las palabras.
Se hace entender con emoción.
Es una mano tendida al pobre e imperfecto, al que sobrevive en la penuria, al enfermo, herido y maltratado.
Cuida, alienta, retorna la salud perdida.

Cada quien vive su estilo personal, algo mundano y algo cristiano,... hasta que pasa Jesús por tu lado, y vuelve a pronunciar tu nombre.
Entonces, dejándolo todo, te replanteas todo al estilo de Jesús. 
Ahora es tiempo favorable, es Cuaresma!

El mundo podrá transformarse sólo desde la misericordia que lleva a contemplar a Dios, que sale a buscar a los que viven como ovejas sin pastor, para ayudarlos a descubrir la salvación
 


Padre misericordioso,
Tú cuidas de todos los pequeños de la tierra
y quieres que cada uno sea signo e instrumento
de tu bondad con los demás.
Tú brindas tu amor a todo hijo herido por el pecado
y quieres unirnos a unos con otros con vínculos de fraternidad.
Perdóname, Señor, si he cerrado las manos
y el corazón al indigente que vive a mi lado,
pobre de bienes o privado del Bien.
Todavía no he comprendido que tu Hijo
ha venido a sentarse a la mesa de los pecadores;
me he creído mejor que los demás.
Por esta razón soy yo el pecador.
Haz que resuene tu voz en mi corazón,
llámame ahora y siempre, oh Dios.
Abandonando las falsas seguridades,
quiero levantarme para seguir a Cristo en una vida nueva.
Y será fiesta.



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