La Cruz, un gran misterio de amor.
"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único" (Jn
3,16)
Dios es puro amor.
Es una fuente de vida, un manantial inagotable.
Jesús, en la cruz,
es la fonte que mana y corre.
La cruz de Jesús es la máxima expresión de amor.
Ponte ante
Jesús crucificado y mira detenidamente el amor.
Pon tu
corazón junto a la cruz de Jesús y bebe abundantemente de su amor.
Abro mis manos para
acoger tu amor.
Amo a mis hermanos
para agradecer tu amor.
- Señor Jesús: que, contemplándote elevado en la cruz, sepamos
agradecer y acoger tu amor.
Y aprendamos de ti a amar generosamente.
Los cristianos cuando contemplamos la cruz de
Jesucristo
no vemos principalmente un instrumento de tortura,
para nosotros la cruz es el signo más claro del
amor más profundo, del amor de Dios, manifestado en la entrega de su Hijo
Jesucristo.
Muere en la cruz, para darnos vida, vida eterna.
¡Qué paradoja!
Desde la muerte, Jesús da vida.
Contemplamos la cruz de Cristo y damos gracias a
Dios porque su amor a la humanidad,
a cada uno de nosotros no tiene medida.
Dios sigue amando al mundo, sigue compadeciéndose
de todos,
especialmente de los que más sufren, y sigue
enviando al mundo a sus hijos,
a ti y a mí, para salvarlo de la desesperanza, de
la injusticia, de la soledad.
¿Estás dispuesto a ser enviado?
¿Asumes el riesgo de la cruz?
DENTRO DE TU GRITO
“Dentro de tu grito en la Cruz caben todos nuestros gritos,
desde el primer llanto del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Desde tu grito lanzado al cielo
encomiendan su vida en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible
En este grito tuyo último
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu
cuando llegamos a nuestros límites
donde se extinguen los esfuerzos y los días
y donde empezamos a resucitar contigo”.
“Dentro de tu grito en la Cruz caben todos nuestros gritos,
desde el primer llanto del niño
hasta el último quejido del moribundo.
Desde tu grito lanzado al cielo
encomiendan su vida en las manos del Padre
todos los que se sienten abandonados
en un misterio incomprensible
En este grito tuyo último
dolor de hombre y dolor de Dios,
inclinamos agotados la cabeza
y te entregamos el espíritu
cuando llegamos a nuestros límites
donde se extinguen los esfuerzos y los días
y donde empezamos a resucitar contigo”.
Benjamín González Buelta S.J.
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