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¡Vívela!




«Quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre» 
(Jn 8, 51-59)

Hay días en los que cuesta encajar la esperanza.

Tantos nombres, tanto sufrimiento e incertidumbre; tanta soledad y muerte…
Te pones ante Dios y te envuelve un susurro, no sabes si lo dices o te lo dice: «¿por qué no te fías?».
Señor, quiero ser fiel a tu Palabra y tener un momento de intimidad contigo en la oración.
Creo, espero y te amo.
Dame tu luz para que sepa guardar el silencio necesario para escuchar lo que hoy me quieres decir.
Señor, ayúdame a incrementar mi vida de gracia.

¡Solamente Él puede sanar mi corazón!
¡Solamente Él puede curar todas mis dolencias!
¡Solamente Él puede satisfacer un corazón que Él ha creado para amar y ser amado!
¡Sólo Él puede llenar todos y cada uno de los repliegues de mi corazón! ¡Sólo Jesús!
¡Nadie más!

Volvamos la mirada al Padre.
Pongamos en Él la confianza.
Descubramos a Dios en el rostro de la gente que está a nuestro alrededor, especialmente aquellos hermanos que sufren, que se sienten desamparados y buscan en nosotros también el rostro de Dios, nuestra compasión y ayuda.

"Quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre".
La promesa de vida eterna se hace hoy muy necesaria.
La cercanía de la muerte, el dolor, el choque brutal que está suponiendo estos días, podemos vivirlo desde la fe o desde la desesperación.

“Quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre. Cuántas veces tenemos necesidad de que el Amor nos diga: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? Acepta que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Si hasta ahora has estado lejos de él, da un pequeño paso: te acogerá con los brazos abiertos. Si eres indiferente, acepta arriesgar: no quedarás decepcionado. Si te parece difícil seguirlo, no tengas miedo: él está cerca de ti y te dará la paz que buscas y la fuerza para vivir como él quiere”. (Papa Francisco)

Nuestro Dios quiere que vivamos intensamente, de verdad y en plenitud, que su Palabra nos guíe, que nuestra opción en libertad por Él llene nuestra vida de felicidad, la que da una relación de amor, entrega generosa y fidelidad.

Al final de nuestros días seremos juzgados por el amor que hayamos sido capaces de regalar

Guardar la palabra, no es esconderla ni ocultarla, sino cuidarla, respetarla, darle el valor que merece, y, sobretodo, desear vivirla.
Así la muerte no tiene opciones, porque la Vida, la Palabra y el Amor siempre serán más fuertes.

En Jesucristo se realizan las promesas hechas a Abrahán y a los antiguos padres; y también, nuestros deseos y anhelos más profundos.
Él es el Hijo anunciado y la Tierra prometida, la fuente inagotable de vida y de alegría, nuestra Pascua definitiva.


Decía Santa Teresa que un santo triste es un triste santo.
El Evangelio, la vida en Cristo es alegría.
¡Vívela!

Señor: Tú conoces nuestras debilidades, danos la gracia de
no desfallecer en la esperanza de la Pascua.


Dame fe, Señor.
Y que sienta el brotar de una nueva vida,
cuando te palpo por la oración y la Eucaristía.

Dame fe, Señor.
Y elévame cuando, postrado en mil problemas,
tengo la sensación de que se impondrán
a mis posibilidades de hacerles frente.

Dame fe, Señor.
Porque la fe es ver lleno el vacío.
Porque la fe es confiar en lo prometido.
Porque la fe es levantarse aún a riesgo de volver a caer.

Dame fe, Señor.
Y que me levante para siempre escucharte,
y que me levante para nunca perderte.
Porque la fe, es poner a Dios
en el lugar que le corresponde.
Porque la fe, es atisbar luz
donde algunos se empeñan en clavar sombras.

Dame fe, Señor.
Y, cuando algunos me den por muerto o vencido,
grítame a lo más hondo de mi conciencia:
¡A ti te lo digo! ¡Levántate!
¡Gracias, amigo y Señor de la vida!





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