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Hacerse pequeño





«En verdad os digo 
que no ha nacido de mujer 
uno más grande 
que Juan el Bautista» 
(Mt 11, 11-15)

No temas.
No estás solo ni abandonado.
Tu confianza no quedará defraudada.
En medio de la noche brillará una luz.
Aunque todo parezca perdido, no te rindas.
Persevera.
Mantén la esperanza.
La victoria es de nuestro Dios.
Es el bien el que tiene la última palabra.
No temas.

Hazte pequeño con los pequeños.
Sé luz para los que viven oscurecidos por las adversidades.
Lleva la buena noticia donde abundan las malas.
Dios nos trata con ternura, nos infunde aliento en el camino, inunda de agua el corazón reseco. Nuestra fuerza y alegría, están en Él.

Cada día se nos ofrece la posibilidad de acoger la novedad del Reino de Dios o de seguir encerrados en nuestro orgullo; acoger a Jesús, que viene a salvarnos, o seguir confiando en otros "mesías", que nos roban la esperanza y la alegría.

Nuestra esperanza está puesta en Dios.
La tarea, el compromiso, la manera de esperar, la preparación del camino, la disponibilidad de corazón... es nuestra, pero la iniciativa es de Dios.
Él viene a cambiar la historia para siempre.

Gracias, Señor, Dios fiel.
En las historias de la Biblia y en mi historia,
tú nunca dejas de amar.
Tú eres un Dios que se compromete conmigo
y que no cambias de opinión.
Cuando me olvido de ti,
cuando mis acciones y mis palabras
niegan tu amor,
tú no me abandonas.


La figura de Juan el Bautista nos ilumina y nos acompaña en este tiempo de Adviento. 
algún día lleguemos a ser tan decididos y audaces como él, para saber trasmitir nuestra fe a los demás.

Señor, como Juan Bautista, también yo soy muy grande, porque he recibido muchos dones,
y muy pequeño, porque mi vida y mi felicidad dependen de Ti, del cariño de muchas personas.
Gracias por la energía de mi cuerpo y de mi mente;
y no me dejes caer en la tentación de despreciar tu fuerza.
Gracias por todo lo que he podido aprender, por todo lo que sé;
y dame humildad para que cada día busque tu sabiduría.
Gracias porque sé comprender al que se equivoca;
y que tu perdón me ayude a perdonar al que me haga daño, setenta veces siete.
Gracias por la alegría de mi rostro y de mi corazón;
y gracias por esa alegría que tú me das y que nada ni nadie me puede arrebatar.
Gracias porque me has dado un corazón que sabe amar;
que siempre esté abierto para recibir tu amor y, así, amar cada día más y mejor.
Gracias, Señor, por todo lo que sé, por todo lo que tengo, por todo lo que soy.
No me dejes caer en las garras del orgullo y que siempre tenga alma de discípulo, de mendigo, de niño.
Gracias porque cada día me ofreces la sabiduría, la fuerza y la vida de tu Espíritu, de tu Reino;
que sepamos acoger tus dones con humildad y gratitud. Amén.


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