"Ven"
Dios se hace presente en el susurro de una brisa, dice el 1 libro de los Reyes. En evangelio en cambio, en medio de la tormenta. Dios siempre nos sorprende. Elías esperaba su paso de un modo espectacular. Resultó que llegó de un modo que no esperaba. Nuestro Dios es el Dios de las sorpresas.
«¡No tengáis miedo!» nos dice Jesús. A su lado el viento se calma... sigue extendiendo su mano hacia nosotros... Lo sabemos... ¿por qué seguimos dudando?
La fe nos falla, la duda nos asalta. Confiamos a medias. Los mares encrespados buscamos atravesarlos por nuestras fuerzas. Las olas nos sacuden y nos asustamos. El miedo nos domina porque falta creer de verdad. Ir a quien nos llama porque nos ama, y amaina todo viento.
La fe no sirve para el que busca seguridades. Seguir a Jesús, confiar en él, es lo más parecido a bajar de la barca y ponerse a caminar sobre las aguas al oír decir al Señor "ven", convencidos de que, si nos hundimos, él tenderá su mano para agarrarnos y sacarnos a flote.
Pedro se lanzó pero no confió. Estamos llamados a lanzarnos, como Pedro, a vivir una relación con Jesús cercana, transformadora, que nos lleve a vencer esos imposibles que nos aturden. No tengamos miedo, lancémonos al compromiso del reino.
Jesús pide riesgo, decisión, valentía. Él es nuestro Amigo, nos ha elegido para ello, y nos pide confianza, fidelidad en Él.
La fe no es caminar sobre el agua
¿De verdad creíste, Pedro, que tener fe
era caminar sobre las aguas de aquel lago?
¿De verdad pensaste que al maestro
le interesa una fe tan inútil e innecesaria?
¿Qué le aportaría a la humanidad
una legión de mujeres y de hombres
caminando sobre lagos y mares y ríos?
Te hundiste justamente porque no entendiste
que el llamado de Jesús era el llamado a una fe
que se manifiesta en la comunidad de la barca,
en la espera confiada y orante que sabe resistir
y nunca jamás en un “salvarse en soledad”.
Te hundiste porque dudaste de Aquel que dijo:
“ya estoy aquí, no teman, mantengan el ánimo”.
Te hundiste porque, ante las olas y el viento,
creíste que era más seguro dejar la barca,
olvidándote que allí estaban tus amigos,
tu familia, tus compañeros de travesía.
Tu fe se hubiera revelado plena y genuina en aquella barca,
quedándote junto a tu comunidad allí reunida,
confiando en la llegada pronta del maestro,
obviando esa horrenda frase: “si eres tú…”
Quien crea que la fe exige caminatas acuáticas
o cumplir cualquier otra ridícula demanda
ha perdido por completo el eje
de la espiritualidad evangélica.
El viento y las olas amainan,
la calma llega y todo se serena
cuando la comunidad está completa,
incluyendo al maestro, en la misma barca.
Si alguna vez llegáramos a dudar,
recuérdanos hermano Pedro
que si queremos salvarnos en soledad
ciertamente terminaremos hundiéndonos.
Gerardo Carlos C. Oberman
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