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Proclama

 



“El Poderoso ha hecho obras grandes en mí” 
(Lc 1,49).  
 
En la cultura del “yo valgo más que tú, yo soy mucho mejor que tú”, la humildad, el reconocimiento de nuestros límites, es el verdadero camino a la virtud.
Agradece al Señor todo lo que te ofrece.
 
El Magníficat es un compendio de virtudes.
María canta su salvación por Dios.
María canta la salvación de Dios a los pobres, a los humildes, a los hambrientos.
Es el canto de todo el pueblo de Dios, heredero de las promesas hechas a Abraham.
 
Solo al lado de los pobres, de los humildes, compartiendo sus dolores y sufrimiento se puede entender este revolucionario canto a un Dios que derriba del trono a los poderosos y colma de bienes a los hambrientos.

La humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa, lo último, lo peor, sino en saber que nuestra pequeñez unida a la grandeza de Dios lo puede todo, y que todo lo grande que somos y tenemos es don de Dios.

María engrandece al Señor, proclama la grandeza de Dios el Salvador.
En esta Navidad vivida en medio de la crisis, las palabras del Papa Francisco nos recordaron ayer la diferencia entre crisis y conflicto… para que nos posicionemos como cristianos en el mundo ahí donde surge la vida, en el Nacimiento, adorando, sirviendo, cuidando al Niño, viendo en el pesebre a los hermanos, experimentando la fraternidad humana, la presencia de Dios entre nosotros.
Necesitamos vivir la esperanza, la alegría, y cantar la grandeza del Señor.

Proclamar la grandeza del Señor, es reconocer la pequeñez de lo que somos ante él. Vivir la alegría, la humildad, en su misericordia, en la abundancia, en fidelidad día tras día.
María, mujer, maestra, modelo, ruega por nosotros a Dios para que vivamos como tú.
 
Este Dios al que reza María en el Magnificat es el Dios que anunciará su Hijo. Con Él todo es nuevo.
Es Él, y no otro, el que puede hacer una historia nueva, llena de Él para siempre.
 
En la cercanía de la Navidad, Dios nos invita a pronunciar nuestro propio canto.
Un canto que se amasa y madura en el silencio contemplativo de nuestra historia, que se hace luminosa junto a la palabra que nos revela, como a María, el sentido profundo de nuestra vida y misión.
Que este final del Adviento reavive en nosotros la capacidad de cantar la vida que se nos va regalando.
Vivir para cantar.
 
Algunos esperan la suerte de la lotería, como remedio a sus males.
A los cristianos nos toca cada año la lotería: el Dios-con-nosotros.
Si lo sabemos apreciar, crecerá la paz interior y la actitud de esperanza en nosotros.
Y brotarán oraciones parecidas al Magnificat de María desde nuestras vidas.
Ella será la solista, y nosotros el coro de la alabanza agradecida a Dios Salvador.
 
OH REY DE LAS NACIONES,

Y DESEADO DE LOS PUEBLOS,
PIEDRA ANGULAR DE LA IGLESIA,
QUE HACES DE LOS PUEBLOS UNO SOLO.
VEN Y SALVA AL HOMBRE
QUE FORMASTE DEL BARRO DE LA TIERRA.
 
 

 Ven Señor Jesús, para que pueda con humildad
cantar las maravillas del Señor,
por lo que día a día hace por nosotros.
Ven Señor Jesús, para que pueda sentirme feliz
en medio de tu pueblo,
deseoso de tu presencia, y contagiar a todos este gozo
que nace de sentir la misericordia de Dios.
Ven Señor Jesús, para hacer proezas con tu brazo,
derramando tu amor y tu misericordia a los humildes
y a todos los que te buscan con sincero corazón.
Ven Señor Jesús, a cambiar el corazón de los poderosos
para que no nieguen de tu pan a los hambrientos
y todos se colmen con tus bienes.

 




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