LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
Este escrito lo llevaba siempre consigo el sacerdote salesiano
Alfonso Arboleda, muerto recientemente, y fue escrito antes de morir por el
Padre Jegussel, profesor de una universidad romana, a petición de sus
alumnos.
1. Sea la Celebración de la Eucaristía el sol de cada una de tus
jornadas. Esfuérzate por comprenderla, gustarla, vivirla. Preside cada
celebración como si fuera la primera, la única, la última de tu
vida.
2. Recuerda que la Celebración Eucarística mejor presidida y
celebrada es la mejor preparada. No seas de aquellos que pasan de charlas
mundanas a presidir la celebración del santo Sacrificio sin preparase por medio
de la oración, sin meditar nada, sin hacer siquiera un pequeño paréntesis de
recogimiento.
3. Libera la celebración de la rutina y del automatismo.
El veneno que mata a la Celebración de la Eucaristía es la rutina. Y la
repetición trae rutina. Por esto no proclames siempre una sola Plegaria
Eucarística, generalmente la más corta. Es necesario que vayas cambiando de
Plegaria, según el sentido espiritual y pastoral de las múltiples que te ofrece
el misal. Por ejemplo, la primera es la de la gran tradición de la Iglesia
Romana, pronunciada por mucho santos y apóstoles durante más de 10 siglos, la
tercera es muy venerada por su antigüedad, la cuarta es un bello resumen de la
Historia de la Salvación. Puedes aprovechar los momentos penitenciales y las
celebraciones con niños y jóvenes proclamando las Plegarias especiales para cada
caso.
4. Que cada palabra que pronuncies sea un verdadero "anuncio" y
cada rito que realices sea un auténtico "signo sagrado". Trasforma tu
celebración en una verdadera vivencia. Toda comunidad cristiana experimenta con
alegría la presencia del Señor en la Celebración Eucarística, si la presides con
devoción y con fe, pronunciando con cuidado cada palabra y ejecutando con cariño
cada gesto, "como quien habla a Alguien allí presente y a Quien ama y respeta
inmensamente".
5. Evita toda "carrera", especialmente al pronunciar la Plegaria
Eucarística. Recuerda las palabras del Cardenal Mercier: "Dedica unos minutos
más a tu misa". Sucede que las palabras de las Plegarias Eucarísticas,
especialmente de la segunda, ya te las sabes de memoria y por lo tanto tienes el
peligro de pronunciarlas a la carrera y la comunidad se da cuenta de tu modo
descuidado de presidir. No temas ser muy cuidadoso en pronunciar bien y con
sentido todas las frases, claro está sin exageraciones teatrales, pero sí con
toda solemnidad. La comunidad te lo agradecerá.
6. No improvises nunca tu celebración. Que no te suceda jamás
que al llegar al altar no sepas de qué tratan las lecturas del día ni que fiesta
se celebra. Sería un irrespeto incalificable a la acción más importante de la
Iglesia y de tu vida.
7. Nunca la causa de Dios, que es la salvación de todo el género
humano, está tan en tus manos como cuando predicas la homilía. Bien sabes que la
homilía puede ser la única instrucción y formación en la fe que reciba tu
comunidad. Es necesario que te convenzas que difícilmente el Pueblo de Dios
recibe la Palabra fuera de la Misa. De este ministerio tan grande serás
interpelado por el Señor en el día de tu encuentro definitivo con El. Ten en
cuenta las palabras de la Biblia: "Pidieron pan y no hubo quien se los diera".
Por eso piensa en tu responsabilidad para que se cumpla en ti la promesa divina:
"Los que enseñaron a muchos la santidad, brillarán como estrellas portada la
eternidad" (Daniel 12).
8. Graba esto en lo más profundo de tu corazón: Lo más importante de
toda mi jornada es la celebración Eucarística. La presidencia de la Celebración
Eucarística como la de los demás sacramentos, es la realidad por la que más
vales como sacerdote. Cuando presides la celebración estás en la parte más alta
de toda la pirámide humana, y en ese momento sólo hay uno por encima de ti:
Dios. ¿No es una verdadera lástima, entonces, que te apresures en la
preparación, celebración y acción de gracias de la Misa y que te distraigas tan
fácilmente en ella?
9. "Vive lo que celebras y celebra lo que practicas". Estas
palabras que te recuerdan el día memorable de tu ordenación, te invitan a
ofrecerte diariamente como "hostia viva y agradable a Dios" (Romanos 12,1).
Acuérdate siempre al terminar la celebración, que tu misa debe continuar durante
toda la jornada. Para esto, practica el consejo del Papa Pío XII: "No dejar ni
un día de hacer una visita al Santísimo Sacramento, que será, por otra parte, un
excelente buen ejemplo para tu comunidad". Y hazla con amor por El, con aquella
intención que deseaba Paulo VI: "Como un agradecimiento al don sublime de la
Eucaristía y como un 'gracias' y una preparación más para la celebración de la
misa". Un sacerdote que preside santamente y visita con frecuencia al Santísimo
hace menos disparates que otros.
10. La celebración de la Liturgia de las Horas es el mejor
termómetro de tu ardor sacerdotal. Es lo primero que abandona un sacerdote
tibio. Ama el Oficio Divino como escudo de tu santidad. No lo consideres como
una pesada carga sino como una maravillosa oportunidad para realizar el mismo
"oficio de Dios" como lo llamaba San Agustín. Es el momento de adorarlo por
tantos que no lo hacen, de pedirle perdón por tus pecados y por los de todos, de
darle gracias en nombre de toda la humanidad y de enriquecerte de una manera
maravillosa en tu vida interior.
11. Busca la manera de que todos los que se encuentren contigo te
experimenten primero y ante todo como sacerdote y sacerdote de
Cristo.
12. Considérate al servicio y a la disposición de todos. Ojalá
siempre, durante toda tu vida, puedas repetir las Palabras del Señor: " No he
venido a ser servido sino a servir" Y que el Divino Redentor te conceda lo que
El prometió a sus Apóstoles y discípulos: "Sabiendo esto, seréis dichosos si lo
cumplís" (Juan 13,17).
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