Por Ti

 


"Un discípulo del reino de los cielos 
es como un padre de familia 
que va sacando de su tesoro 
lo nuevo y lo antiguo". 
(Mt 13,44-52).

Cada una de nuestras vidas es el mayor tesoro que podremos encontrar. Muchos vivimos en la ignorancia de lo preciosos y queridos que somos. Por eso la misión evangelizadora de la comunidad de fe no es otra que acercarse a cada vida, con los pies descalzos, sabiendo que el terreno que pisamos es sagrado, y contemplar el tesoro de cada vida. Siempre con novedad, siempre con historia.

El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido; a un comerciante de perlas finas; a una red. Comparaciones que subrayan el valor y no el precio. Lo valioso no se decide, porque su importancia sería relativa. Tiene un valor en sí que no se le da. Lo tiene.

El tesoro y la perla apuntan al valor, que no precio, inherente al reino de Dios. Lo que cuesta mucho dinero está en los escaparates, puede ser visto por todos, y tiene un cierto carácter obsceno. Lo valioso, sin embargo, está escondido y su naturaleza discreta lo hacen inaparente.

La perla, según el pensamiento judío, es el ojo, el espejo del corazón. Pero, ¿quién es la perla preciosa? Soy yo, eres tú, es cada persona. Para ella vale la pena arriesgarse y entregarse. El Mercader está dispuesto a venderlo todo por ella.

El reino de los cielos se ve en la actitud del comerciante que busca y encuentra una perla de valor excepcional: empeña todo por adquirirla. El creyente también busca algo único, excepcional; cuando encuentra a Jesús, se desprende de todo para quedarse con él. Y él no defrauda.

¿Qué estoy buscando? El tesoro que estamos buscando es Él. No hay otro tesoro mayor. Cuando nos encontramos con Él, todo adquiere un sentido diferente. El buscador lo dejó todo para comprar el terreno dónde estaba el tesoro y lo hizo con alegría.

Tres palabras para hoy: tesoro, el Señor; el encuentro con Él que lo cambia todo; la alegría que nos llena.

 

Vivir y ayudar a vivir el Evangelio... este es el gran tesoro. Un tesoro por el que merece la pena renunciar a todas las baratijas. ¡Atrévete a hacerlo!

Pidamos a Dios, como Salomón, en nuestra oración, la sabiduría suficiente para saber discernir y elegir el verdadero tesoro.

 

Señor,

dame un corazón lleno de sabiduría,

como el corazón de María,

que sepa elegir la justicia y la bondad;

un corazón enamorado,

como el corazón de María,

que te ame a ti con toda el alma;

un corazón generoso,

como el corazón de María,

que sepa renunciar a todo,

para tenerte y disfrutarte a Ti.

Haz que valore cada vez más

la riqueza incalculable de tu amor,

un amor fiel, siempre a nuestro lado,

un amor que no se detiene ante nuestros pecados,

un amor más fuerte que la muerte,

un amor que nadie como tu Madre conoce.

Señor, que descubra que

sólo desde un corazón desprendido

llegaré a poner mi confianza en ti,

como la puso tu Madre.

Haz, al fin, Señor, que

al igual que María,

Tú seas mi única riqueza,

mi único tesoro; mi única savia,

mi única vida; mi sustento y alimento;

mi bien y mi alegría. 

Amén.


 

 

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