El camino verdadero que lleva a la vida


«Yo soy el Camino, la verdad y la Vida. 
Nadie va al Padre sino por mí»
(Jn 14,6)

¿Cuál es el espejo en que te miras para ser mejor persona?
¿Quién guía el camino que recorres?
Sigue el ejemplo de Jesús, sigue su ruta...
Él te conduce a la salvación.

El corazón se turba cuando Dios no está en él. 
Elegimos estar ”con Dios”, y no “en Dios”. 
Hablamos “ de  Dios”, pero no “con Dios”. 
Saber estar y saber hablar. 
Sin dogmatismos, sin sembrar miedo, sin agarrarse a un estatus que no es cristiano.

Para rezar se necesita valor.
Rezar es ir con Jesús al Padre que te dará todo.
La Iglesia sigue adelante con esta valentía de la oración, porque el Espíritu Santo nos enseña que nosotros  hacemos un poco, pero es Dios quien "hace las cosas" en la Iglesia. (Francisco)

En el evangelio de hoy, Jesús nos indica dos remedios para el corazón turbado. Primero: no apoyarnos en nosotros mismos, sino tener fe en Él. Segundo, recordar que estamos aquí de paso y que Jesús nos ha preparado un sitio en el Cielo. (Francisco)


Este confinamiento nos plantea dudas sobre el futuro, incluso sobre Dios.
Hoy escuchamos:
«Yo soy el camino y la verdad y la vida».
Camino, una manera de ser y estar.
Verdad, es uno de los nuestros y nos ama.
Vida, para darse por y con los otros.

El amor es la única llave que abre las puertas del Cielo



En el día de S. Juan de Ávila una oración: Ven, Espíritu Santo, suscita testigos que con su forma de vivir y su palabra encarnen “la apostólica forma de vivir”, de tal forma que, en los nuevos desafíos de la realidad, propongan a los hombres la permanente novedad del Evangelio.


María imagen de la piedra viva, elegida y preciosa:
¡Jesús!
Cercanía humilde y sencilla en los avatares de nuestra vida para 'que no se turbe' nuestro corazón.
Morada siempre abierta al hombre y sus necesidades.
Camino cierto al Viviente.
Vivamos el 'A Jesús por María'.




Jesús, me siento extraviado y perdido en este mundo.
Te pido que seas Tú la brújula y el destino final de mi vida.
Ayúdame a experimentar la paz que me has prometido para que a pesar de las dificultades de este mundo pueda decir como San Pablo:
“Yo sé en quién tengo puesta mi fe”.

Abre nuestros ojos, Señor.
Y abre nuestro corazón, Señor.
Abre nuestra escucha a tu susurro “no temáis, soy yo”.
Amén.

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