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La misón

 


"Te seguiré 
adondequiera 
que vayas"  
(Lc 9,57-62).  

En el evangelio hay una invitación de Jesús a seguirle.  Cuando nos llenan los sentimientos, el primer deseo es seguirlo sin condiciones, pero pronto nos acordamos que tenemos tantas cosas que hacer que a él no le damos la prioridad, y olvidamos que no se trata de sentir sino de hacer vida su amor. No se trata de seguir sus mensajes, sus ideas, sus metas... Se trata de seguirle a Él, se trata de ser discípulo suyo. Cuando todo parece dejarnos vacíos, su discipulado nos llena.

El seguimiento implica una radicalidad. No es una decisión impulsiva, llena de buenos deseos y carente de reflexión. Entraña desprendimiento de lo material. Posponer toda actividad. No permitir que los lazos afectivos condicionen. Mirar hacia adelante con esperanza.


“Tú vete a anunciar el reino de Dios”
Seguir a Jesús es algo serio, requiere prontitud, desprendimiento y harto ánimo para afrontar dificultades. Pero si escuchas en tu interior su invitación a caminar con Él, ten la certeza de que su presencia amorosa te rodea y envuelve tu vida delicadamente.

«Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios». La nostalgia, los apegos, no nos dejan entrar en el Reino de Dios. Hoy comenzamos el mes de octubre que es un mes misionero. Y la misión nos pide estar atentos a quien podemos regalar la Buena Noticia de Jesús. El pasado ha pasado y por él nada hay que hacer. Por delante se nos presentan oportunidades maravillosas de compartir vida en abundancia. Que cada día lo acojamos como el regalo en el que poner nuestras mejores energías, para que muchos puedan disfrutar de la presencia de Dios.


Que el ejemplo y la santidad de Santa Teresita del Niño Jesús nos ayude a amar en todo momento, esa es la meta de toda vocación y la ley motiv para seguir a Jesús

“Lo que agrada a Dios en mi pequeña alma, es que ame mi pequeñez y mi pobreza. Es la esperanza ciega que tengo en su misericordia”   
(Sta Teresa de Lisieux).
 
Me fio de ti, Jesús.
¡Envíame!
A donde tú vayas, yo voy.
Llévame en la palma de tus manos, alienta mi débil fe.
Señor Jesús, líbranos de todo apego a las seguridades de este mundo,  para que, como Tú, no tengamos miedo de no tener dónde reclinar la cabeza.
Danos la determinación del labrador,  para que, una vez puesta la mano en el arado, nunca miremos atrás, y así seamos aptos para tu Reino


 

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