Comenzamos la semana recordando que no se trata de hacer muchas cosas, sino hacer aquellas que nacen de un corazón confiado en que el bien prevalece sobre el mal y que en nuestro actuar manifestamos la misericordia del que nos amó primero.
Dos historias paralelas y en encuentro sanador. Una niña que muere y su padre va a hablar con Jesús. Una mujer que va muriendo por flujos de sangre. El encuentro con Jesús es sanador y salvador. Nos regala vida abundante si creemos. Nos levanta de incredulidades.
Muchas veces nos sentimos oscuras cavernas donde no hay nada más que oscuridad. Pero cuando se abre un hueco y entra un rayo de luz, llena la cueva de claridad y color toda la estancia.
Jesús cura a la mujer valiente que toca el borde de su manto, y le dice "Tu fe te ha curado". La fe nos cura y nos sana. No porque modifique mágicamente las circunstancias que nos cuestan, sino porque cambia nuestra forma de acogerlas. Tanto la mujer que padecía hemorragias de sangre, como la hija de Jairo, vivían perdiendo la vida. Jesús se encuentra con ellas y las mira con todas las posibilidades intactas de ser "creaturas nuevas". Su vida no está condicionada por su pasado. Hace nuevas todas las cosas. También nosotros hoy podemos vivir el día con la novedad que Dios nos regala.
Tocar a Jesús sana, estamos cerca, queremos que Él forme parte de nuestra vida. Nos acercamos a Él con fe y esperanza. La mujer con flujo de sangre tiene fe y esperanza profunda en Él. Piensa en Él como la última que le queda para curarse. Le toca y sana. No basta con tocar, dejar que nos mire a los ojos y que nos hable, que ocupe el centro de nuestra vida. El encuentro completa la fe y da esperanza.
Jesús es el Señor de la vida, y ante Él no hay situación sin salida. La fe vence a la muerte porque la presencia de Jesús es fuente de resurrección. En una mujer enferma la fe se hace gesto confiado. Jesús la mira con ternura. Acércate a Jesús y preséntale situaciones desesperadas de la humanidad.
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