Elegidos

 


«Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos»
 
(Lc 6,12-19)

La llamada no llega en medio de las tinieblas, se hace con la luz del nuevo día que llena de esperanza la vida, que invita a levantarse y lanzarse a un mundo necesitado de un mensaje de vida y que debemos llevar sus discípulos.

Jesús después de orar toda la noche elige entre sus discípulos a doce de ellos para la misión, 'los llamó apóstoles'. Conocemos sus nombres. Elige a personas sencillas, como tú y como yo. El hecho de elegir lleva consigo la valoración de las personas que son elegidas.


Jesús llama a sus discípulos. Escoge entre ellos. Nombra y pone nombre. Son elegidos uno a uno. A lo largo de la historia ha seguido llamando para que continúen su misión. Para acoger a quienes vienen a oír la palabra y buscan ser curados por una fuerza, que es de Dios.

Jesús pronuncia tu nombre. Te conoce, y al llamarte te da la libre opción de aceptar su salvación y su gracia vivificante. Tenemos que sentirnos elegidos por Él, nos conoce y toma la iniciativa de llamarnos para una misión, tenemos que ser conscientes de ello


"Toda la gente trataba de tocarlo, porque salía de él una fuerza que los curaba a todos."
Jesús es así de especial: basta con acercarte a él para descubrir que es único. Nadie se le puede comparar. Porque sale de él una fuerza que los curaba a todos.  Siempre habrá quien prefiera seguir maldiciendo a romper con todos los prejuicios y acercarse a esa fuerza del Señor. A cuanta gente nos has cambiado la vida y nos vas curando. No de forma milagrosa, pero sí con nuestro intento diario de confiar y de amar. Nuestras vidas se entregan, diariamente, discretamente. Gracias Señor por esa fuerza que sale de ti, por tu Espíritu que se derrama y nos hace acoger con alegría cada situación, cada contratiempo. Gracias por llamarnos por nuestro nombre. Y por ir diciéndote sí.

MI NOMBRE EN TUS LABIOS

Escuché de ti mi nombre
como nunca antes.
No había en tu voz reproche
ni condiciones.
Mi nombre, en tus labios,
era canto de amor,
era caricia, y pacto.

Con solo una palabra,
estabas contando mi historia.
Era el relato de una vida,
que narrada por ti
se convertía en oportunidad.

Descubrí que comprendías
los torbellinos de siempre,
las heridas de antaño,
las derrotas de a veces,
los anhelos de ahora,
y aún sin saber del todo
en qué creía yo,
tú creías en mí,
más que yo mismo.

Así, mi nombre
en tus labios
rompió los diques
que atenazaban
la esperanza.


JM Rodríguez Olaizola 
 


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