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El mellizo

 

"Bienaventurados los que crean sin haber visto".
(Jn 20,24-29)
 
Hoy Santo Tomás. Aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos... Aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.  
San Gregorio Magno

En un mundo lleno de incertidumbres y desesperanza, este pasaje nos advierte que la fe es una necesidad imperante para evitar el abismo de la condenación eterna. La elección entre la fe y la duda es la elección entre la vida y la muerte, entre la salvación y la perdición.


Sí, el creyente lo es porque se ha encontrado con el Señor resucitado. No es un encuentro virtual o imaginario sino realísimo; tanto que es capaz de cambiar la propia vida. Sólo cuando el ausente Tomás se encontró con Jesús, pudo reconocerle y pudo exclamar: «Señor mío y Dios mío».

Para Dios ninguna situación es irrevocable. Si extrema fue la incredulidad de Tomás, mucho más lo es su respuesta creyente. Ante Jesús, que se pone en medio y acerca las señales del amor, da tú también un paso creyente y dile:

Estoy seguro: nada podrá separarme de tu amor.
Que calle mi corazón y en ti descanse.
Que hoy solo escuche tu voz y te goce en el silencio.


"Bienaventurados los que crean sin haber visto".  
No es digno de fe solo lo visible o medible, hay muchas verdades que se perciben más allá de los sentidos. Por eso Jesús nos invita como a Tomás a ser creyentes, a sumergirnos en la realidad y no a convertirnos en medidores de vida. Da rabia quien se pasa la vida contándolo todo: pasos, calorías, "te quiero", valores nutricionales, pecados. La vida no está para analizarla sino para vivirla. Seamos menos calculadores y más vividores.

«Bienaventurados los que crean sin haber visto» Se nos dice que lo que no se ve no existe, se nos pide creer sin ver. Creer al emocionarnos ante el encuentro con Aquel que nos ama. Cuando la razón se une a la fe para dar sentido a ese fuego interior. Entonces seremos dichosos.

 

Como Tomás…
también dudo y pido pruebas.
También creo en lo que veo.
Quiero gestos. Tengo miedo.
Solicito garantías.
Pongo mucha cabeza y poco corazón.
Pregunto, aunque el corazón me dice: “Él vive”
No me lanzo al camino sin saber a dónde va.

Quítame el miedo y el cálculo.
Quítame la zozobra y la lógica.
Quítame el gesto y la exigencia.
Dame tu espíritu, y que al descubrirte,
en el rostro y el hermano,
susurre, ya convertido:
“Señor mío y Dios mío”.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj


 

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