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El Tesoro

 

 

“El Reino de los cielos 
se parece a un tesoro escondido en el campo… 
El Reino de los Cielos 
se parece también a un comerciante en perlas finas” 
(Mt 13,44-46)

La búsqueda nos hace estar abiertos, perforar la vida cotidiana en busca de lo esencial. Al riesgo le sale al paso la alegría. Serás joven mientras busques, mientras preguntes, mientras te sorprendas. Si estás de vuelta de todo, compadécete de tu alma de viejo. El tesoro escondido, la perla preciosa, es Jesús. El real y auténtico descubrimiento de Dios nos trae la alegría.

Que no me canse nunca de buscarte, Señor.
 Que no deje de entrar más adentro, en la espesura de tu amor

Hoy hablamos mucho de prioridades, de valores fundamentales. El reino de los cielos se asemeja al comerciante de perlas finas. No pierde el tiempo en imitaciones o baratijas. Busca la perla más valiosa y se hace con ella cueste lo que cueste, aunque tenga que venderlo todo.

El tesoro es Jesús y lo encuentro en medio de lo que vivo. En el diálogo con quién me comparte su vida. En la oración al meditar la Palabra. En la soledad de un trabajo que se vuelve servicio. En las lágrimas con quién comparto el dolor. En las risas con quien celebra la vida. En el amor que doy y recibo cada día en este maravilloso lugar llamado mundo.

Idolatría

Gangas y saldos.
La vida, rebajada
a base de apariencias.
El amor, suplantado
por afectos fugaces.
En lugar de sentido, diversión.
En lugar de horizonte,
espejismos.
Uno acumula tesoros
que un día resultarán estériles
tras haber traicionado
sus promesas.
Tristes ídolos,
disfrazados de inmediatez,
que nos ciegan
sin dejarnos bailar
con el tiempo.
Metas fugaces,
que te sacian por un instante
y te dejan hambriento de nuevo.
Dejarse seducir
sin perder la libertad,
saber arrodillarse
admirando la grandeza,
eso solo ante Dios.
Su Palabra que conmueve,
su rostro hecho hermano,
el Pan de todos,
la cruz, difícil, pero ya vencida.
En Dios todo encuentra su sitio.


(José María R. Olaizola, sj)

 


 

 

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