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¡Bendita mujer!

 

«Mujer, qué grande es tu fe: 
que se cumpla lo que deseas.» 
 (Mt 15,21-28)

Me conmueve contemplar a la cananea, toda ella implicada en el encuentro: gritando, corriendo para alcanzar a Jesús y sus discípulos, postrándose, pidiendo de rodillas, dialogando. Así es la fe cuando es grande. Nos mueve a nosotros y mueve también el corazón de Dios.

 La mujer cananea no solo pide sino que está convencida a quien se lo pide. Petición que brota de la humildad por saberse necesitada de compasión. No lo hace por ella. Es una oración de intercesión.

La mujer cananea no se cansa de pedirle a Jesús. Los discípulos quieren silenciarla. Jesús la escucha, le habla, la sigue escuchando... termina por atenderla, por halagar su fe y se cura su hija. Jesús escucha siempre, está cerca de nuestra condición y necesidad, aprendamos de Él.

No nos cansemos de atender, escuchar, acompañar, acoger... a los que se acercan a nuestra vida, a nuestras comunidades. El que viene con una necesidad no debe ser rechazado por alguna característica que le hace ser diferente.

No

Que nuestra fe nos mueva a pedir por quienes más lo necesitan.

San Agustín, que admiraba a esta mujer, decía: «La mujer cananea pidió, buscó, llamó a la puerta y recibió».

La cananea no pide nada para sí, sino para su hija; no exige, suplica; no reclama un supuesto derecho, sólo muestra su dolor; no es soberbia, sino humilde. El pasaje evangélico podría llamarse: "La mujer que hizo cambiar de opinión a Dios".

 

¡Bendita mujer!

Enseñaste al Maestro.

Claro que tú, Señor, aprendías siempre.

Eras una esponja.

No como esos sabihondos que no aprenden de nadie.

Tú aprendías de todo el mundo.

La mujer cananea te enseñó.

La gente pagana también valía.

Y no escatimaste el elogio.

¡Qué grande es tu fe, mujer!

¡Oh! Si recibiera yo el mismo honor…

Me harías tan feliz…

Dame tu elogio, te lo ruego, mi amigo del alma.

Y para que puedas dármelo, concédeme la fe de aquella mujer.

Ah!, y su valentía, porque no se calló.

Te demostró que los perritos paganos pueden también recibir el evangelio.

¡Qué emocionante su constancia femenina!

Y ¿los discípulos?

Como siempre: estaban en otra onda.

Tú eres muy distinto.

No te estorban si te molestan.

Y tienes siempre la mano abierta para dar y recibir.

Un esponja, sí.

Un corazón humilde.

Una cabeza libre.

Un carácter generoso.

¡Qué distinto de lo que enseñan algunos!

¡Qué diferente de lo que yo te imaginaba!

¿Podrás decirme a mí también qué grande es tu fe?

Bendita sea aquella mujer pagana.

La Cananea tiene una confianza ilimitada en Jesús.

Esa confianza no se fundamenta en lo que yo soy,

sino en lo que Dios es en mí y para todos los seres humanos sin excepción.

Mi relación con un dios abstracto será siempre ilusoria.

El verdadero Dios está en mí y está en el otro.

Fray Marcos


 

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