Levadura en la masa

 



«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente».
 
(Mt 13,31-35)

El reino de los cielos se compara con una semilla insignificante que se convertirá en un gran árbol, y con la levadura escondida, que hace fermentar la masa. Dos imágenes precisas y preciosas de la grandeza de lo pequeño y de la trascendencia de lo invisible.
Resulta difícil ser levadura, por distinta cualidad y menor en cantidad. Lo fácil es ser masa. Sin embargo el Maestro nos indica que el reino de los cielos se parece a la levadura. Basta un poco para que fermente todo. Igual que en el reino de Dios: unos pocos lo transforman todo.
No se trata de cantidad, sino de autenticidad.
Nuestros pequeños gestos construyen reino y son transformadores si somos capaces que acoger al prójimo a través de ellos.  Sin protagonismos. Pequeños pero siendo 'esponjosos', abiertos y acogedores seremos transformadores del mundo.

Los grandes proyectos a menudo empiezan siendo un sueño compartido en una charla de café, luego un probar suerte o algo improvisado, después va a creciendo y se te va de las manos… Así también el proyecto de Dios.
El grano de mostaza. Las cosas pequeñas. Ayudar a un niño a crecer, acompañar a un anciano en su soledad, ser amigo de una persona sin hogar, hacer un servicio, sonreír ante una dificultad. Cosas pequeñas que no se ven. Quizás las más grandes. 

Mucha gente cree que para cambiar el mundo se necesita dinero y poder. Jesús nos presenta otro camino, más humilde y eficaz: Confía en los pequeños gestos para que el mundo cambie


"El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente".
El papel de la Iglesia en nuestro mundo es el de la levadura. No busca su protagonismo, ni dar su sabor y textura a toda la masa. Lo que busca es hacerla crecer y diluirse. El bien común es el objetivo del fermento. Y eso es precisamente lo que significa tener "autoridad", es hacer crecer. No es controlar, amenazar, imponer o juzgar. Y sobre todo es amar a toda la masa para que sea sabrosa, con sal.

«Anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo» Nada hay secreto que no llegue a descubrirse. Para comprender todo lo que ha hecho por nosotros sólo debemos abrir los ojos y ver con un corazón sencillo lo que nos rodea y entonces brotarán palabras por una vida agradecida.

Señor, tengo entre mis dedos un grano de mostaza
Es pequeño, como una cabeza de alfiler. Parece insignificante.
Si se hubiese perdido,
nadie habría hecho problema.
nadie se habría enterado.

Es pequeño. Parece insignificante.
Descubierto en el suelo,
es más fácil pisarlo que admirarse,
más fácil despreciarlo
que recogerlo como un pequeño tesoro.
Es pequeño. Parece insignificante.

Aquí está, en mi mano. Solo.
Sin embargo, bajo su piel tostada
encierra un secreto de vida.
En él hay un gran árbol dormido,
en el que las aves podrán anidar
y cuidar a sus polluelos.

Si cada uno sembramos nuestro grano,
junto al del hermano…
tendremos muchos árboles,
un gran bosque que acogerá a una multitud de animales.

Señor,
¿Y si este grano fuera el último que queda en el planeta,
y yo el único responsable de cuidarlo?
¿Y si éste fuese el último grano de mostaza que yo podré sembrar?
¿Qué voy a hacer con este grano?
¿Qué esperas de mí, Señor? ¡Di!
¿Lo encerraré en la urna de un empolvado museo,
etiquetado con su nombre científico?
¿Lo ofreceré como alimento a un pájaro o a una hormiga?
¿Lo enterraré, mientras mi corazón reza por su futuro?
¿Lo sembraré?

Sí. Lo importante es sembrar.
Y confiar en la tierra que lo acoge
y en Ti, Señor, que lo harás crecer.
Sin que yo sepa cómo,
tu fuerza lo convertirá en un árbol precioso.

Señor, el grano de mostaza que acojo en el cuenco de mi mano
es mi sonrisa, mi tiempo, mi trabajo, mi alegría, mi fe, 
mi vida, mi amor.
Señor, dame generosidad para sembrar, para sembrarme.
Dame paciencia, confianza y fe, para esperar los mejores frutos. Amén.

 

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