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Oír y hablar

 


«Todo lo ha hecho bien: 
hace oír a los sordos y hablar a los mudos». 
(Mc 7, 31-37).

Como creyentes somos invitados a escuchar la Palabra de Jesús y a compartirla con los demás

La tenue voz de Jesús invita a recibirle, como sanación, que te da plenitud de vida. ¡Invita! y si le permites desborda la omnipotencia de su gracia vivificante.

Jesús necesita tocar nuestra realidad para sanarla, se hace cercano, tangible, próximo... pero solo con tu permiso. ¿De verdad quieres quedar sano, curarte de tu sordera, escuchar la voz de auxilio de los demás, no ser insensible a las injusticias, escuchar su Palabra?

Jesús se compadece de todos los que están aquejados de dolencias, enfermedades, limitaciones. Nada humano le es ajeno. Jesús rompe la sordera, abre los oídos para que la persona pueda escuchar la vida, la dignidad de hijo de Dios, el cariño del Padre, que nos hace hermanos.


”Effetá” me dices, ÁBRETE. Porque conoces todas mis prisiones, porque sabes que mi corazón está cerrado, porque ves mis manos también cerradas.

No permitas que ninguna persona enferma que esté cerca de ti esté sola; puede tener todo lo material, pero lo que más necesita es tu compañía, tu cariño, el regalo de tu persona, esta es la mejor medicina que puedes darle.


Hoy, fiesta de la Virgen de Lourdes, jornada mundial de los enfermos, pidamos por ellos para que en el lecho del dolor sepan llevar su corazón del amor de Dios cuya presencia sana y salva y, también pidamos a Dios que siga iluminando con su luz a los que realizan la noble tarea de cuidarlos.

«Encomiendo a María, Madre de misericordia y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, los agentes sanitarios y quienes se prodigan al lado de los que sufren. Que Ella... sostenga nuestra fe y nuestra esperanza, y nos ayude a cuidarnos unos a otros con amor fraterno». P. Francisco

¡Nos conoce, nos acompaña, nos da la sanación, sencillamente es nuestra Mamá!

 


Lenguaje de signos

Abre la puerta, Señor
y entra para quedarte.
Sin prisa,
repíteme como a un niño
eso que quieres decirme.
Porque ningún
sordomudo de la vida
puede entender a la primera.

Saca tú del baúl de mi alma,
uno por uno, los delirios
y sofocos escondidos.
Y enséñame a mirarlos
con tu calma,
mientras dejo
que lo dedos
de tu Espíritu
mitiguen la tensión
que me provocan.

Destrábame la lengua,
para que pueda contarte
los fastidios, rencores
y reveses que
se llevan
tu serena paz
de mi existencia.
¡Pon saliva sobre ellos!
No sea que endurezcan
y logren atascar el manantial
de tu amor, de tu esperanza.

¡Tenme paciencia, Señor!
Algún día, aprenderé
a vivir solo de silencio…

(Seve Lázaro, sj)

 

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