Tú tesoro

«El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra» (Mt 13, 44-52)

También este domingo Jesús nos ofrece tres parábolas: del tesoro enterrado en un campo, de la perla de alto quilate y pureza, de la red llena de peces. Las dos primeras hablan de algo precioso que, para adquirirlo, se está dispuesto a vender todo: el Reino.

Vivir y ayudar a vivir el Evangelio... este es el gran tesoro. Por este tesoro merece la pena renunciar a todas las baratijas. ¡Atrévete a hacerlo!

Jesús nos invita a vivir desde un profundo amor a Dios y a los hombres. Todo lo demás es secundario

¿Dónde está tu tesoro? ¿Cuál es la perla fina por la que venderías todo lo que tienes? ¿Qué es lo que da alegría, plenitud y felicidad a tu vida? ¿Qué es lo que hace que merezca la pena vivir? ... Donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón.

¿Cuál es tu tesoro, aquel por el que hipotecarías todo lo que tienes en tu vida?

Vender lo que no se necesita, no se aprecia, no se utiliza, no nos llena. Comprar lo valioso, lo importante, lo necesario, lo bueno, lo bello, lo verdadero. ¿Vendemos lo que nos domina la vida?¿Compramos lo que nos hace desbordar de alegría y da sentido a todo?

Un tesoro y una perla: realidades valiosas, cuyo valor no es evidente para cualquiera y que ponen en su lugar todo lo demás... así eres Tú.

El Reino es un tesoro único y maravilloso que lo llena todo al encontrarlo. Es como un buscador de perlas que se desprende de todo cuando encuentra una única. Es como una red, en el Reino todos tenemos sitio

El reino de Dios se atisba en la sonrisa del anciano que es bien tratado; en la madre que aun con dificultades educa a sus hijos con ternura; en los voluntarios de organizaciones que cuidan de los pobres. El reino de Dios se hace presente en cada gesto de amor, de ayuda solidaria

Para Cristo somos una perla preciosa y única, por la que ha entregado su propia vida, para rescatarla del pecado y de la muerte.

Amados, Madre, por la Palabra que encarnaste (el tesoro). Salvados, Madre, por la Palabra que viviste (la perla escondida). Glorificados, Madre, porque tu Hijo nos ha hecho hijos y hermanos, la Iglesia (la red). ¡Gracias!

 

Señor, mi corazón inquieto e inestable,

busca incesante de un sentido para la vida.

Sé que mi voluntad,

muchas veces se ha fijado en cualquier cosa

y se ha agarrado a ella

como si ya hubiera encontrado lo que deseaba.

Pero no es esto me dije una y otra vez:

no es lo que atesoro con mi trabajo

y guardo después bajo siete llaves,

no es la riqueza, ni el éxito, ni el poder.

No es nada de lo que puedo alcanzar por mí mismo

y sólo para mí mismo,

porque es el mismo insospechado

y sorprendente Dios, el hombre en Jesucristo.

El tesoro que puedo encontrar escondido en el campo

no es fruto de la tierra,

la perla de gran valor no la puedo ni fabricar

ni hacer con mi dinero.

Pero es en esta tierra de los hombres

donde está el tesoro de mi corazón

que es siempre mayor de todo lo que puedo pensar

y que excede a todas mis ilusiones.

Es Dios que sale a mi encuentro aquí,

en el hombre y para el hombre.

Es Jesucristo, “lugar” de Dios, y es el hombre,

el pobre, el hermano mi “lugar” del encuentro con Jesucristo,

tesoro escondido pero cercano,

oculto pero develado a los ojos de la fe.


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