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¡Alumbra!




«Ahora, Señor, según tu promesa, 
puedes dejar a tu siervo irse en paz» 
(Lc 2, 22-40)

Jesús es presentado en el templo siguiendo la ley judía. Es Dios pero va a vivir como ciudadano en toda su plenitud. Una invitación a la Vida Consagrada, para vivir las realidades eternas en las temporales.
La presentación del Señor en el Templo es la fiesta del encuentro. El Verbo encarnado que dejó el cielo viene a encontrarse con la humanidad poniéndose humildemente a su servicio. Pero es también la humanidad que, en Simeón y Anna, se encuentra con Jesús.
Jesús es la luz, la fuente de agua viva que calma la sed del hombre. Él se hace uno con quien le acoge con humildad y ese encuentro nos llena de gracia y nos transforma. Es nuestro auxilio, nuestra defensa. Nadie que mire al crucificado puede sentirse solo o abandonado. Confía.





María presentó a su hijo en el Templo, y los ojos de Simeón vieron la LUZ de los pueblos. Sólo tu vida de bautizado presenta hoy y aquí a Jesús. Es tu más sana y bella experiencia. Vívela.
La Virgen María ha puesto en nuestros brazos a Jesús, el Hijo unigénito del Padre, hecho hombre para nuestra salvación; el Templo definitivo de la presencia de Dios con nosotros; el Esposo que sella la nueva y eterna alianza de Dios con los hombres.
Prepara tu corazón para que con una disposición de apertura y docilidad dejes entrar a Cristo hasta lo más íntimo de tu alma. Pues quien se pone en Sus manos está en camino de la verdadera felicidad.

Señor, dame un corazón humilde y confiado, como el de Simeón y Ana, como el de María.

Ellos no tenían nada y, precisamente por eso, se acercaban a Ti, ponían toda su confianza en Ti, observaban la ley, cumplían tu voluntad.

No deseaban otra cosa que encontrarse contigo;
tenían un corazón limpio y una mirada transparente,
capaz de reconocerte en un recién nacido,

Señor, líbrame de la idolatría de las riquezas.
Ayúdame a compartir con generosidad lo que tengo,
No dejes que tenga otro Dios fuera de Ti.

No permitas que me apoye demasiado en las personas,
tampoco en mis propias fuerzas.
Qué sólo confíe plenamente en Ti, Señor.

Dame sabiduría y fuerza para ser pobre y libre,
purifica mi corazón de todo deseo que me aparte de Ti,
para estar abierto del todo a la plenitud de tu Amor.

















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