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La plenitud de la Ley



“No he venido a abolir, 
sino a dar plenitud” 
(Mt 5,17).

En Jesús encontramos el cumplimiento perfecto de la Ley y los Profetas.
El Espíritu Santo, a través de la Escritura nos conduce siempre a Él.

La Persona y Palabra de Jesús dan sentido a todo cuanto se ha escrito de Él y así pide a la Iglesia que lo enseñe al mundo.

La plenitud de la Ley es dejar que sea el amor la norma suprema desde la que vivir y actuar


La “plenitud” a la que se refiere Cristo hoy en el evangelio es esa: Él hace morada en nosotros, vive en nosotros por la fuerza del Espíritu Santo.
Y desde dentro, nos guía y nos transforma.

Jesús no suprime los Diez Mandamientos del Decálogo.
Pero les da nueva vida reduciéndolos a dos: amor a Dios y amor al prójimo.

Si el amor a Dios y al prójimo constituía el resumen de la Ley y los Profetas, en la Cruz llevará el Señor a plenitud el Amor.
Por eso dice san Juan que, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn 13, 1).

A la hora de amar, no temas llegar hasta el extremo y amar en plenitud.

Ama a Dios desde la Cruz de Cristo, donde toda tu persona se convierte en ofrenda, sin reservas.
Ama al prójimo desde la Cruz de Cristo, donde se perdona al miserable, se abraza al enemigo, y se redimen los corazones.


Jesús, quiero descansar en ti, mi cuerpo está agotado, me faltan las fuerzas.
Quiero caminar contigo y vivir con el convencimiento de que nada ni nadie me podrá quitar tu amor.
Mi alma está cansada, me falta entusiasmo.
Tú eres siempre para mí alivio en todos los momentos, fuerza en todos los cansancios, ayuda en todas las encrucijadas, luz en todas mis noches, aliento en todas mis dudas, misericordia en todas mis caídas, amor en todos mis vacíos, comprensión en todos mis fracasos, cercano en todas mis huidas, ternura en todos mis desalientos.



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