Nuestra pequeñez.



"El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".
(Lc.18,9-14)

El mal se contagia con excesiva facilidad.
Todos lo sabemos, porque lo constatamos a diario y lo padecemos.
Ayúdate del tiempo cuaresmal para saborear y gustar el bien, la hermosura de hacer el bien, la conciencia de lo bueno, lo verdadero y lo bello. 
Contágiate de la bondad.

En ocasiones el estar muy seguro de sí mismo hace que vayamos de sobrados.
Esto nos lleva a pensar que somos mejores que los demás; entonces, aparecen el juicio y el desprecio.

Hacer oración es dejarle sitio a Él y menguar en el yo.
Oración es dejar que la misericordia y la compasión de Dios transformen nuestra vida.
Oración es abrir el corazón sin tapujos... y sin miedo dejar que Dios lo llene.

Tanto en la soledad como entre amigos,
cuando me siento vacío o realizado,
en tristeza o saltando de gozo interno,
sé que siempre estoy en tus manos, Señor.

Todos tenemos necesidad de transformación interior.
La humildad, la sencillez, son esenciales para abrir el corazón de Cristo.
Sin embargo, la soberbia, el orgullo, la vanidad nacen del egoísmo.
¿Qué actitud te planteas para cambiar?

La humildad es el camino hacia Dios y hacia nuestra propia verdad.



Si quieres vida eterna, escucha al Señor:
El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
No quieras estar por encima de nadie.
Póstrate, como un pecador, ante Dios; póstrate, como un siervo, ante el prójimo; y deja que sea Dios quien te ensalce.



Una Mujer, María, hizo templo de su vida, dada totalmente a Dios, para orar por nosotros cuando subimos a ella pidiendo con humildad compasión en nuestro pecado.

Madre, alienta nuestro caminar cuaresmal y acércanos cada día, un poquito más, a la plenitud de la Pascua.
¡Ruega por nosotros Reina y Madre!







Te doy gracias Señor,

porque soy como los demás hombres.


Intento estar seguro de mí
ante tu ausencia,
cuadro mi contabilidad
para no ser sorprendido
al final de la jornada.

Me comparo con los otros
y miro desde arriba
a los que juzgo pecadores,
y en la comparación, no en ti,
he puesto mi seguridad.

También yo tengo elaboradas
condenas de moda,
publicamos al servicio
de los que imponen su imperio,
pero escondo en la ambigüedad
mis pecados de siempre,
radicales trampas contigo,
abismales cortes con el otro.

También yo tengo mis seguros
de ahorros y diezmos,
pequeñas monedas al contado
con las que pretendo negociar
la falta de entrega a tu misterio.

También yo salgo satisfecho
de oírme a mí mismo
de pie en el centro del templo.
Como los demás hombres,
ya puedo abrirme a tu perdón
dándome golpes de pecho
al lado del publicano.

Benjamín González Buelta, sj




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